domingo, 2 de noviembre de 2014

LA MALDITÍSIMA TRINIDAD


Leonardo es idiota, Ferdinand está loco y yo escribo poesía y relatos. Todo el mundo nos conoce y sabe que somos los rechazados: solo unos mendigos, unos parias a los que se les puede gritar e insultar allá por donde pasen sin mayores consecuencias. La verdad es que no tenemos donde caernos muertos y, cuando nos echaron de casa, nos dedicamos a vagar por ahí: primero en las aceras y los parques de la ciudad, y después por pequeños barrios o pueblos al borde del monte o del mar, junto a los malpaíses o los secarrales y bajo el sol cuantioso o la abundante noche.
No somos bien recibidos en ningún sitio y nadie confía en nosotros. Antes de darnos una oportunidad, ya nos han hecho a un lado como monstruos grotescos en su parada, en su margen inerte. No hacemos preguntas, no nos interesan las razones; simplemente ocurre y nada más. Nadie soporta la estupidez aunque sea estúpido, ni la literatura si es demasiado buena o difícil. La locura es condenada por incomprensible y caótica, por imprevisible y por su nula rentabilidad. Somos la simple prueba de los errores de Dios. No dudo de que no tenemos futuro y ninguno sabe dónde estaremos mañana. La libertad es un infierno apenas soportable porque el ser humano no está acostumbrado a ella y la teme como al fuego o a la muerte.
No somos menos representativos de este mundo que aquellos que nos desprecian; tampoco somos menos nobles o menos inútiles: nuestra perdición es la diferencia, la rareza. Como seres humanos, como animales vivos, creo que merecemos el derecho a la vida y un poco de respeto; pero se dice que han contratado a unos matones para que acaben con nosotros. Nadie nos cree ni nos necesita. Tengo miedo del lugar donde pasaremos la próxima noche. Delante de nosotros solo vemos piedras y polvo y los muros de una antigua fábrica abandonada. Quizá mañana no abramos los ojos.



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