martes, 25 de noviembre de 2014

LA POSEÍDA



Mi prima Silvia estaba poseída, hecho que se creía y del que se dudaba a partes distintas. Yo lo creía ciegamente: jamás había visto a una adolescente más bella, rubia y de aspecto etéreo, diciendo tantas porquerías, masturbándose con el crucifijo de mi abuela o metiendo al abuelo en su cama a cualquier hora de la noche. Mis tíos no sabían qué pensar ni cómo actuar: los médicos les dijeron que aquello era un asunto de compleja índole filosófica y que no tenían herramientas con las que tratarla. Los exorcistas que la habían visitado les recomendaron llevarla a un médico especialista en psiquiatría, después de acostarse con ella cuando se quedaban a solas con la endemoniada.

La verdad es que los gritos de mi prima y sus maldiciones duraban día y noche, así que, para poder dormir y aliviarme también, solía meterme en su cama y rezar con ella un Ave María. La familia pronto compró los suficientes tapones y pastillas como para no oír los alaridos de mi prima reclamando hombres en su cuarto constantemente: Todo después de insonorizar las paredes y advertir a los vecinos. Por último, optaron por amordazarla. Cuando nos enteramos de que Silvia se había quedado embarazada, nadie podía explicarse cómo había ocurrido. El parto fue difícil y en casa: la asistieron como matronas unas prostitutas del barrio porque eran las únicas sin cuentas pendientes con el más allá. El esfuerzo de mi prima y sus dificultades fueron tan penosas, para sus estrechas caderas, que murió dando a luz mientras todos retuvimos una lágrima y ahogamos un suspiro.

Casi inmediatamente después, se abrió junto a la cama una grieta que exhalaba humo, olor a azufre y llamaradas, mientras una voz maléfica en off reclamaba al hermoso macho cabrío que Silvia había parido. El hecho, en sí intrascendente, causó alguna muerte súbita en las personas mayores que estaban en ese momento en la habitación, singularmente en la tía abuela Virtudes. Solo el abuelo Tomás se mantenía impertérrito y tieso en su silla, actitud que atrajo todas las miradas hasta que se levantó de golpe y dijo: «A mí no me miren. ¡Ya le advertí a esa jodida cría que la ouija no era un juego!»






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