miércoles, 19 de noviembre de 2014

EL QUE VIVE DEBAJO DE LA CAMA

Cada noche, desde hace dieciocho años, cuando son poco más de las dos de la madrugada, un hombre sale de debajo de mi cama y me pregunta quién soy, qué hago en su habitación y por qué no lo dejo en paz. Normalmente el miedo me paraliza, y no logro articular palabra; él, aterrado por mi silencio, vuelve a ocultarse bajo la cama unos segundos después. Es inútil: cuando me levanto, enciendo la luz y miro, no veo a nadie y entiendo que ha sido una pesadilla y que nadie puede vivir allí. Cada madrugada, puntual, el hombre vuelve a salir y me interroga de nuevo, siempre sobre lo mismo. Es apenas un muchacho moreno, de ojos tiernos y boca femenina.
Una noche logré decirle que no tenía respuestas para él, y regresó a su escondrijo. Ya muy raramente conseguía conciliar el sueño. Tres noches después, el intruso salió de debajo de la cama y volvió a preguntarme. Le repetí que no lo sabía, pero que tampoco sabía quién era él o por qué suponía que mi habitación era la suya. Incluso lo amenacé con contarle a alguien sus intromisiones si seguía molestándome. La advertencia no pareció amedrentarlo y nuestras conversaciones nocturnas se prolongaron un mes más. Yo no le hablé a nadie de mi visitante y terminé por acostumbrarme a su presencia.
Una noche, para mi sorpresa, me pidió que cambiáramos de lugar: quería saber cómo era estar tumbado en la cama y no oculto bajo ella. A mí no me pareció mal la idea y, compadecido por su situación, accedí. Esa fue la perdición que arruinó mi vida: cuando quise volver a mi cama, el visitante me amenazó con cortarme el cuello con un cuchillo. Desde entonces espero aquí abajo, sin hacer preguntas, en completa oscuridad. Sé que si asomo la cabeza, la perderé. Nadie me busca ni parece echarme de menos. Es él ahora quien está arriba, y no sé quién es ni por qué ocupa mi habitación. No sé por qué no me deja en paz.








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