viernes, 28 de noviembre de 2014

[LA MUERTE...]
 

          La muerte es el único animal que no conoce las puertas.
El dios de los judíos empezó a caminar por el norte de África sobre cuatro pezuñas.
El dios de los cristianos terminó de pisar las azucenas de arena sobre dos pies izquierdos.
El dios de Mahoma comenzó a caminar sobre la calavera perdida de un carpintero judío.
La muerte es el único niño que, cuando nace, ya sabe hablar.
El antiguo dios de los egipcios es verde esmeralda como las comisuras risueñas del Nilo.
La muchacha más hermosa de la tierra compartió contigo una noche de otoño a la intemperie. Bebió de tus manos el vino blanco-ácido que decanta la luna. En la mano izquierda llevaba tatuado el ojo de Horus vengador.
La escalera que Jacob usó para luchar con el ángel no es disitnta a la que usas tú para cambiar una bombilla, o a la que lleva a cuestas el viejo pintor que habla con los muros desconchados, o corrige la ortografía de Dios en los techos de la iglesia abandonada, en las paredes agrietadas de la catedral.
Cada noche el viento dicta su lección. La mayor parte de las canciones que canta no las quiero escuchar. Su magisterio limita con lo soportable:
Para comulgar con Empédocles basta con uno de estos volcanes; basta con una boca deseosa y una sedienta vocación. Para acompañar a Empédocles basta con unas sandalias de pescador judío, y unas briznas de abandono alojadas en los armarios de la sangre o en los espejos de la mente. Y luego hay que elegir una vía dolorosa y cargar con un carácter, ya sea de madera de tea o de inspiración divina. Basta con elegir un destino y regatear por una voluntad con un anticuario egipcio, o con un mercader turco en las entrañas de Estambul.

(de Para ser recitado al viento sibilante, 2013)


No hay comentarios:

Publicar un comentario