jueves, 20 de noviembre de 2014

EL GRADUADO

Como si fuera Gatsby, El Graduado está tendido sobre el flotador de la piscina. Es verano y no tiene nada que hacer ni se ha propuesto hacer nada, salvo seducir y ser seducido; amar y dejarse amar, tomar el sol y tener la mano derecha siempre libre para sostener una copa. Hasta ahora no lo sabía, pero es irresistible y se siente inevitablemente atractivo. Están lejos los exámenes, la universidad, los horarios, las obligaciones. Ha hecho un ovillo con todas las enormes esperanzas que había sobre sus hombros, y lo ha echado a rodar ladera abajo desde el chalet. Ahora todos los días son suyos y no tiene que usar corbata o poner cara de imbécil en el despacho de papá. No teme decir lo que piensa. Se siente fuerte, se siente seguro, se siente algo así como el hombre del año y se ha propuesto pasarlo en grande, solo eso.
Algo interrumpe su placer: un tipo al borde de la piscina le grita que salga ya, que ahora le toca a él, que se llama Jay Gatsby, y que quién se ha creído que es para entrometerse en su película. De mala gana, obedece. Cuando todavía se estaba secando en la caseta del jardín, escuchó los disparos. Salió corriendo y, sobre el agua, encontró flotando el cuerpo sin vida de Robert Redford. «¡Uf, por un pelo, qué poco ha faltado!», pensó Dustin Hoffman. La verdad es que no hay nada como ocupar las vidas ajenas, pero solo mientras resulten cómodas.









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