jueves, 18 de junio de 2015

VARIACIÓN SOBRE UN TEMA DE MONTERROSO

Hace mucho, mucho tiempo, en una flexible y musculada región de Esparta nació un bebé fofisano. Tras ser examinado con atención y asco paralelos por el médico y la enfermera de la época, fue asesinado y arrojado al basural de los infinitos fofisanos precoces.

Más de veinte siglos más tarde, los espartanos civilizados y cultos del siglo XXI, humillados por la crueldad de sus antepasados, por la derrota de las Termópilas y por su ignorancia de la filosofía platónica, prohibieron las comidas hipercalóricas, y abrieron un gimnasio en cada calle en honor de aquellos niños que no tuvieron la oportunidad de muscularse y marcar sus abdominales. Quisieron, además, recuperar los pequeños restos de aquellas criaturas fofisanas prehistóricas para darles un sepelio digno y el adiós que merecían.

Y así, tanto tiempo después, cada vez que nacía un monstruito fofisano, era asesinado y abandonado con el mismo asco incurable de los siglos pasados en un cementerio de amplias dimensiones que inauguró Cristiano Ronaldo en el extrarradio de la ciudad. Pudieron de este modo, las nuevas generaciones de valerosos atletas y guerreros espartanos, seguir muriendo en las Termópilas, ignorando la filosofía platónica, odiando la flaccidez, machacándose en el gimnasio, y salir del desempleo que asolaba el país mediante el muy pujante y próspero negocio de las pompas fúnebres.






miércoles, 17 de junio de 2015

LUNES, 22 DE MAYO DE 2006. (La Laguna) He venido esta tarde, después de clase, al Salón de actos de Magisterio para volver a ver (¿cuántas veces ya?) Un perro andaluz (1929), la extraordinaria y brevísima ¿película? de Luis Buñuel, con guión del propio Buñuel y de Salvador Dalí. Debido a la extrema cortedad del genial director aragonés, en la sala también se proyectará luego La sangre de un poeta (1930), la película dirigida por el poeta y novelista Jean Cocteau. La de Cocteau tampoco es larga: apenas alcanza la hora.
En cuanto a la película de Buñuel, con ese gran diván freudiano tras la cámara y dentro de la cabeza del director, contiene imágenes que, una vez vistas, se quedan para siempre en la retina de ese ojo mental que vuelve a poner frente a ti aquellas hormigas saliendo de la palma de la mano (al parecer un sueño de Dalí que éste comparte con su amigo), aquel tocamiento de pechos femeninos, aquellas dos pesadas mulas muertas sobre un piano arrastrado penosamente y, sobre todo, aquel ojo tachado del arranque, aquella pupila cercenada, cortada por un barbero (el propio Buñuel) que insinúa que es el de una mujer. En fin, escándalo de burgueses provocado por creadores venidos de familias burguesas. Hay quien ha insinuado y cree que el perro andaluz era Federico García Lorca (no recuerdo ahora dónde lo leí).
Hay un poco de filosofía marxista tras la cinta, pero lo que hay, sobre todo, son las teorías psicoanalistas revolucionarias, y muy influyentes a comienzos de siglo, del culto psicólogo vienés, que escribía muy bien, fue un gran lector y un hombre muy bien relacionado. El Surrealismo alimenta Un perro andaluz como Rimbaud alimentó el pensamiento poético y el movimiento bretoniano mediante el afán, ingenuo, utópico si se quiere, de cambiar la vida (Marx pedía transformar el mundo); pero el mundo no se puede cambiar, lo mejor que se puede hacer por él es diversificarlo, ampliarlo, pluralizarlo hasta donde sea posible. Hoy vemos que ni siquiera la política sirve para cambiar el mundo porque quienes la manejan desde la visibilidad y los cargos públicos están sometidos al dinero sombrío que les llega del verdadero poder, aquel que está oculto, financia y decide las campañas políticas, y no se muestra más que cuando puede serle beneficioso o rentable.
No se puede disfrutar ni entender el Surrealismo ni ninguno de los otros movimientos vanguardistas (pongamos por caso el Dadaísmo de un Tristán Tzara) excluyendo un olvidando el elemento lúdico que lo compone y que llega a convertirse en una vía, en una praxis para cambiar la realidad y habitar otra: sin asideros, inesperada, sumida en un caos sólo aparente, donde la imagen siempre es una ruptura, una violencia con el orden cotidiano de la experiencia. Hubo en Canarias un Surrealismo tan puro como el de Pedro García Cabrera en Dársena con despertadores (1936), o el del pintor Óscar Domínguez, quien quizá para anestesiar u olvidar su doliente realidad, se entregó sin precauciones al movimiento casi muriendo en él o a través de sus métodos. Buñuel es un caso distinto: se aprovecha de los elementos que introduce; pero sabiendo muy bien que la vida no era solamente arte y que era imposible igualar, como escribió Andrés Fernández de Andrada en su célebre «Epístola moral a Fabio», vida y pensamiento sin quedarse por el camino. El arte de Buñuel no es gratuito ni se hace sólo en función de sí mismo, como mera masturbación estética; muy al contrario: trata de convulsionar, de provocar una reacción no menos violenta que la que él ofrece.
El cine de Buñuel en sus primeras cintas, tanto en ésta como en La edad de oro (1930), es un cine novedoso y, lo que es más importante, desaforadamente nuevo. El director propone una temprana cesura con un arte relativamente reciente, muy reciente comparado con otros (apenas tenía entonces tres décadas); pero que quizá ya empezaba a volverse acomodaticio y autocomplaciente. Buñuel advierte antes que nadie los avisos de esta ruina y usa la violencia como método. El ojo cortado por la navaja, como la nube cortada por la luna, es también un tajo sobre un discurso cinematográfico previo que comenzaba a apelmazarse y a funcionar según una actuación lógica muy marcada: una pura y simple satisfacción sin sorpresas, un regocijo de las emociones del espectador que estaba ansioso por buscar en la pantalla personajes ideales, estereotipos muy definidos, muy estrictos, con los que identificarse y olvidarse de sí mismo.
El sueño, el caos onírico que Buñuel mezcla en su paleta de luces y sombras caravaggionescas, en alianza con el provocador Dalí, es un golpe seco en el estómago flojo y desprotegido de la sociedad española y europea de los felices años veinte. Uno se sienta ante la cinta y quiere ordenar algo, una historia, unas imágenes que no se prestan a ningún desarrollo armónico, a ninguna periodicidad. Ni un espacio ni un tiempo bien definidos, todo in media res, sin que se nos ofrezca un contexto claro, unos antecedentes a los que agarrarnos. No parece difícil imaginarse a los primeros espectadores de la película removiéndose incómodos en sus asientos, y preguntándose qué demonios era aquello, y por qué se sentían casi molestos, descontentos, insultados... La película de Buñuel no excluía una racionalidad que, además de querer renovar y revolucionar el viejo arte burgués, quería clavar astillas en la conciencia del ya entonces ocioso consumidor de arte.






martes, 16 de junio de 2015

VIERNES, 5 DE NOVIEMBRE DE 2004. La paz de la carne, la calma del cuerpo ante este mar de otoño, el agua que podría cruzarse para nacer en otra extrañeza, en un sitio donde no fuera ni tan competitivo ni tan violento vivir constantemente zarandeado por los deberes del que siempre tiene que rendir cuentas de sus actos, y pruebas irrefutables de un esfuerzo.


DOMINGO, 7 DE NOVIEMBRE DE 2004. Coser derrotas, componer esa red ardiente, esa trama eléctrica, como quien clava alfileres a un muñeco de vudú para sentir algo; aunque sea sólo dolor, frustración o pérdida.


SÁBADO, 13 DE NOVIEMBRE DE 2004. Una como sobreconciencia de las superficies, quizá también de la superficialidad de todo. Alerta, como si hubiese bebido muchos cafés para ver el final anticipado de algo: el espíritu ganancial de una sonrisa, que arde en la noche y aletea al abrirse como una mariposa monarca perdida en la oscuridad.


JUEVES, 18 DE NOVIEMBRE DE 2004. Sin otro orgullo que el de ser el último en llegar, el último en marcharse de la noche.


SÁBADO, 20 DE NOVIEMBRE DE 2004. La mañana se ha llenado como de expertos tocadores de campanas, dueños de una percusión doliente que va llenando las calles. Ellos se acumulan, se entorpecen, se demoran, buscan, gritan... yo huyo hacia todas las direcciones, a la espera de un claro de bosque imposible.


MARTES, 23 DE NOVIEMBRE DE 2004. La estupidez y la locura de la religión asomando su horror y su hocico sangriento esta vez en Estados Unidos, donde una madre, Dena Schlosser, de treinta y cinco años, le ha cortado los brazos a su hija de once meses como una ofrenda al dios Yahvé. La niña ha muerto pocas horas más tarde en el hospital.


VIERNES, 26 DE NOVIEMBRE DE 2004. Las plazas giran al revés en un país donde se conduce y se muere por la derecha. Es lo que hay y no somos los únicos.


DOMINGO, 28 DE NOVIEMBRE DE 2004. Agosto fue una gran bestia en la que hoy nadie creería, un dios sentado sobre un trono ahora barrido por la lluvia y el acoso de la reminiscencia. ¿Hacia dónde sube ahora la luz, tal vez humillada y humilde, encorvada como una adolescente maldecida que envejeció de pronto? Una ramita de brezo vibra quizá en el aire frío, en el bosque cercano, donde la niebla se parece al pensamiento del hombre como un antepasado que no puede compartir su muerte porque ningún amor basta para saciar el estómago de la desaparición.




lunes, 15 de junio de 2015

QUERIDO CARLOS


Veinticuatro de noviembre de 2000. Es una tarde fugaz y fría de otoño en el Aulario de Guajara. Aún curso tercero de Filología Hispánica y seguramente habré dejado de ir a alguna clase, o dicha clase habrá sido aplazada por el profesor/a, para asistir a una lectura poética. Dentro del ciclo ideado y organizado por Miguel Martinón, aquella vez participaba Carlos Pinto Grote con una breve selección de sus más de veinte libros. Don Carlos ya era un hombre viejo, no sé si un anciano; pero un señor mayor al que, sin embargo, le restaban y lo alzaban sobre su pequeña estatura unas fuerzas que no se sabe bien de dónde salían. Antes y después de aquella tarde había visto a otros hombres ya viejos, con más o con menos edad que don Carlos; pero a ninguno con aquella entereza, con aquella seguridad dubitativa, emocionada, en la voz que pronunciaba con temblor cada sílaba, cada experiencia matizada, reconstruida en la tranquilidad húmeda de una mínima ciudad universitaria y conventual.
«Cansado de esperar tu voz lejana / duermo en la paz inquieta de las cosas...» Jamás había visto a un hombre barbado tan fresco, con menos aspecto de fatiga, confesar un cansancio. No era un agotamiento físico, sino una demora sentimental, un silencio por parte del otro (de ella en este caso) que derrotaba y sumía al poeta en melancolía, en dolor, en una tristeza metafísica y sentimental, íntima e inconsolable. Primeros versos de un soneto incluido en su primer libro, Las tardes o el deseo (1954). Había un deseo frustrado y un límite, un atardecer insatisfecho en aquellas palabras. En un momento, el medio siglo, donde la poesía española se veía arrastrada al compromiso con las circunstancias históricas, a ser instrumento de las maleables ideologías y los tumbos políticos, Carlos Pinto Grote examinaba su intimidad, nos hacía sentir el tiempo mediante su insinuación, y se alejaba de las tendencias para ir descubriendo su estilo, si bien aún encerrado en sonetos neoclásicos y garcilasistas.
Después de aquella tarde remota, nos encontramos unas cuantas veces más en La Laguna: en el Café Siete, donde solía ir a escuchar un concierto o una lectura mientras tomaba sus whiskys de malta con ademanes de lord inglés; o en el centenario Ateneo, donde se me acercó para felicitarme después de una lectura mía con mucha generosidad y una sonrisa. ¿Cómo olvidarte, querido Carlos?


ALAS PARA EL CAMALEÓN MELANCÓLICO

Decido devorar el aire
ya que no existe luz que no engendre
su semilla en el interior de un muro
bello como un montón
de música en los árboles más dulces.

Quiero aprender y no domesticarme.
Siempre he querido precisar la espuma,
decidirme por desarrollar alas,
me digo, me desdigo, desde mí,
para mí, para quien quisiera oírme
si pudiese escuchar lo que me callo.

Sé que en mis sueños beben
los animales más hermosos:
el peztigre, el leónpantera,
el gatoperro, el pájarohipopótamo,
el camaleón melancólico,
la hiena alada.

Se mastica también lo que es oxígeno,
esa nutricia química intangible
que en cada quien y en cada alguno
unos tales por cuales—
fabrica en carne humana un bosque,
una selva, un jardín concreto,
en que vivan y pequen los seres rechazados
que yo conozco y amo en clandestino,
en el secreto.









sábado, 6 de junio de 2015

VIERNES, 7 DE ENERO DE 2005. ¿Quién no tiene su vida sin balizas, bien desorientada? ¿Quién no se queda inmóvil aunque viaje? ¿Quién no ha limpiado su alma, ha adornado sus mesas con flores humildes y botellitas de colores, ha perfumado los pasillos de la sangre, para que al menos un comensal, un deseo, quiera sentarse allí y disponer de uno? ¿Quién no tiene su fábrica de luz, quién no se aviene a morir dignamente desde las rodillas hasta la frente? ¿Quién puede quedarse sin su más allá aunque esto tan próximo sea un paraíso y un dislate? ¿Quién se negaría a contarle un cuento a un niño, a ser hipocampo embarazoso por la mujer amada? ¿Quién no se colgaría al cuello un símbolo del que se sienta orgulloso? ¿Quién no tiene su creencia, su domesticidad, su cotidiana tentación, su furioso remordimiento? ¿Quién no tiene su aristotélica mascota metafísica, su comparación para el desafuero? ¿Quién no pierde la conciencia de vez en cuando y jura que hubiese preferido no volver para ser mucamo en la mansión del orden y las justas proporciones? ¿Quién no ha violado su moral, quién no ha roto una costumbre dejándola caer al suelo como una pila de platos sucios? Que levante la mano el comme il faut, el achacoso, el quejica, el correcto, el tímido, el asno encorvado que cubrió su fervor de sanos principios grabados a golpe de regla... ¿Quién no ha previsto su tumba, pagado su entierro, quién está como tú al borde de un delirio? Ése, el de la intemperie, que se atenga a las consecuencias, que aprenda un intensivo modo de naufragio, que se entere de una vez, que se lo ha ganado a pulso. ¿Quién no tiene su sonrisa, su buen comer, quién no ha temblado alguna vez a corazón abierto? ¿Y qué podremos hacer al cabo con las precauciones excesivas cuando lo ahorrado penosamente no cotice ni valga la pena gastar en otro mundo? ¡Ay de mí, ay del prójimo engañoso!




lunes, 1 de junio de 2015

SÁBADO, 1 DE JUNIO DE 2002. — Acaso no querrás saberlo, pero los castaños renuevan su hoja. Amanece la tarde. Cada vez duele más volver aquí. Cada vez la belleza y la esperanza duelen más. Todo acabará con mi muerte en esta primavera infinita que no dura, y todo comenzará con mi muerte. Acaso los cielos se arrugan, la luz se enreda en la paciencia de los árboles. Cada vez el sol rompe más lejos y pisa más alto el mar.
La luz se va hasta el horizonte y, allá, tan ausente, entre el cielo y el final de los ojos, asoma el borde de una isla o la silueta de un deseo. Sí, los castaños tienen hojas nuevas y, sin embargo, vuelvo por una hoja que ya no existe. Es primavera nuevamente, de camino aquí vi la fiesta de unas personas que se reían, parecían felices. Pulso un pétalo de la morgallana sin arrancar su flor; tal vez ella se alegra tanto como tú de entregar su luz ahora, su amarilla e intensa claridad, su gualda nítido y oloroso.
En los campos, en las laderas, el algarrobo, la flor humilde del jaramago y los ramos de lavanda. Los gladiolos de los jardines duran más en mi memoria que en la mente del mundo. También, a veces, se nos entrega un lugar, un espacio no habitado por nadie, como un bosque de nubes o la piel de un desierto. ¿Puede esta tarde valer por mi vida? Quedan estelas sobre el mar como caminos que alguien alejó cruzándolos. ¿No es cierto que has venido aquí para nombrar cada hoja que gravite sobre una piedra mohosa?
La belleza puede tener el nombre más nefasto. Hallaste nieve derramada como ventana descosida que helara tu atención. Nadie por los senderos porque los senderos se marchan cada vez a sitios desconocidos, más lejos, más negros, a donde nadie llega.