sábado, 6 de junio de 2015

VIERNES, 7 DE ENERO DE 2005. ¿Quién no tiene su vida sin balizas, bien desorientada? ¿Quién no se queda inmóvil aunque viaje? ¿Quién no ha limpiado su alma, ha adornado sus mesas con flores humildes y botellitas de colores, ha perfumado los pasillos de la sangre, para que al menos un comensal, un deseo, quiera sentarse allí y disponer de uno? ¿Quién no tiene su fábrica de luz, quién no se aviene a morir dignamente desde las rodillas hasta la frente? ¿Quién puede quedarse sin su más allá aunque esto tan próximo sea un paraíso y un dislate? ¿Quién se negaría a contarle un cuento a un niño, a ser hipocampo embarazoso por la mujer amada? ¿Quién no se colgaría al cuello un símbolo del que se sienta orgulloso? ¿Quién no tiene su creencia, su domesticidad, su cotidiana tentación, su furioso remordimiento? ¿Quién no tiene su aristotélica mascota metafísica, su comparación para el desafuero? ¿Quién no pierde la conciencia de vez en cuando y jura que hubiese preferido no volver para ser mucamo en la mansión del orden y las justas proporciones? ¿Quién no ha violado su moral, quién no ha roto una costumbre dejándola caer al suelo como una pila de platos sucios? Que levante la mano el comme il faut, el achacoso, el quejica, el correcto, el tímido, el asno encorvado que cubrió su fervor de sanos principios grabados a golpe de regla... ¿Quién no ha previsto su tumba, pagado su entierro, quién está como tú al borde de un delirio? Ése, el de la intemperie, que se atenga a las consecuencias, que aprenda un intensivo modo de naufragio, que se entere de una vez, que se lo ha ganado a pulso. ¿Quién no tiene su sonrisa, su buen comer, quién no ha temblado alguna vez a corazón abierto? ¿Y qué podremos hacer al cabo con las precauciones excesivas cuando lo ahorrado penosamente no cotice ni valga la pena gastar en otro mundo? ¡Ay de mí, ay del prójimo engañoso!




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