viernes, 14 de noviembre de 2014

AGUAS Y SOMBRA


Las barcas se hunden en un horizonte que se aleja y está por cerrarse, en la derrota amarilla de la luz. Estoy con David en la playa, en nuestra playa, y aún se puede escuchar la frescura de las risas en un raro atardecer veraniego de diciembre. La noche es como una pantera inconcebible o metafísica que se acercara con cautela, pisando cúmulos de esmeraldas vegetales. Dura en su inocencia fácil, sin leyes ni moral, lo muerde y lo devora todo en un banquete de fiebre. Nada me deja el día sino este placer caliente de la luz en los hombros, el sol que estuvo aquí juntando y levantando sombras que se van quedando frías.
Vuelan aún las andoriñas en el aire final de un verano invicto. Entre un cuerpo y otro, ahora quizá sería posible olvidar la mañana que vendrá, las nubes que suben o bajan con la marea, teñidas de un rojo sangre casi morado. En este reino de adelfas blancas, hasta los muros parecen de carne, todo en flor: la brisa negra, las dispersas sombras, el mundo que gira entre flamboyanes, siempre en la misma dirección, hasta dejarnos solos con el deseo, otra vez. ¿Se aprende así el oficio del ahogado?













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