viernes, 2 de enero de 2015

EL SANTO

Cada día es el mismo para él y no atiende a horarios. Se sienta entre las plantas secas y polvorientas del malpaís y mira algo; contempla el indeterminado movimiento de alguna cosa en el desierto. No parece hacerle falta más: un libro, un amigo o un perro que acompañe sus océanos de tiempo. Entregado a una inconcreta tarea, como la purgación mística del estilita, bisbisea entre dientes y mira, cara a cara, a la intemperie. No creo que nadie sepa más que él de los arenales, de los malpaíses y las plantas sedientas. Intuyo que también me observa a mí, que me conoce y me piensa con precaución y con ternura cuando acaricia, cuidadoso, el lomo hirsuto e invisible del viento o del vacío, que aúlla de madrugada como un lobo hambriento.




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