lunes, 19 de enero de 2015

APAGÓN GENERAL

La escena se repite muchas veces y ha ocurrido de nuevo: estoy cenando sentado a la mesa de mi pequeña cocina, en una esquina, dándole la espalda a la nevera y cerca de la ventana, cuando la luz se va de pronto y me quedo con la cuchara llena de sopa absurdamente en la mano. La casa está totalmente a oscuras y no se oye un alma porque estoy solo. Decido levantarme de la mesa tras dejar a tientas la cuchara en el plato, y buscar la puerta de la calle o una ventana para mirar fuera; pero afuera también reinan las tinieblas y no se ve ni se oye nada. Resignado, me digo que esta noche no podré ver la película que había pensado, ni siquiera leer un rato, pues no encuentro mi linterna ni recuerdo haber comprado velas hace mucho.
Trato de guiarme, tanteando en la oscuridad, hasta mi habitación con la idea de dormir antes de lo previsto, y esperando que mañana se arregle todo. Después de dar los pasos habituales y necesarios para llegar a mi cuarto, me doy cuenta de que no logro dar con él ni tropezar o tocar nada que me resulte familiar. Hasta el olor de mi propia casa comienza entonces a resultarme extraño y a ratos nauseabundo. La vivienda es antigua, pertenecía a mis abuelos, es amplia; pero ya debería haber dado con mi habitación y, aunque no vea nada, recuerdo cómo se llega a ella fácilmente desde la cocina.
Pensé en regresar sobre mis pasos y tratar de encontrar la mesa y el plato que estaba comiendo hacía pocos minutos, pero fue imposible. Todo estaba envuelto en un negro absoluto, sin embargo, algo me hacía sentir que el silencio podía romperse en cualquier momento, algo que estaba esperando dentro de aquella penumbra que me iba alejando de lo que conocía, y donde ahora estaba perdido. Anduve y tanteé dentro de la casa durante horas hasta que, cansado, esperé que amaneciera para no angustiarme más y me dormí agotado.
Las horas que dejé pasar resultaron inútiles: el amanecer no llegaba. Empecé a asustarme, en realidad, ya estaba muerto de miedo y ni siquiera me atrevía a moverme. Me senté en el suelo y me apoyé en lo que parecía un rincón en la pared, una esquina medianamente acogedora que imaginé segura. No muchas horas después estaba llorando y a punto de tener un ataque de pánico o una crisis de ansiedad. No me atrevía a gritar ni a llamar a nadie. Mi casa es una vivienda solitaria en una zona de campo. Creo que llevo dos días así y, no sé si ha sido una alucinación, pero antes me pareció escuchar voces, apenas un cuchicheo, un leve susurro que se iba acercando lentamente, muy despacio. Tengo miedo, no quiero que den conmigo. No debería haber nadie más aquí esta noche. Hace mucho tiempo que vivo solo en este bosque.










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