lunes, 12 de enero de 2015

NO TARDES MUCHO

«Rápido, no tengo todo el día», dijo uno de los violadores. No tuve más remedio que transigir. Fui a la sala donde mi esposa veía la tele y pasé un rato con ella, charlando y contando anécdotas divertidas inventadas por mí en ese momento. Luego fui a ver a mi hija de trece años, y le pregunté cómo le iban los exámenes y si necesitaba que la llevase mañana a sus clases de ballet. Me dijo que no, pero que «gracias, papá», con un gesto donde se mezclaban hasta confundirse la extrañeza y la ternura. Acabados estos preámbulos, inventé una excusa relativa al trabajo para salir de casa. Los violadores seguían fuera, entre los setos del jardín, y me ofrecieron un trago del mal whisky que bebían. Me tomé con ellos un par de copas. Terminado el segundo trago, me obligaron a alejarme caminando calle abajo, sin coger el coche. Cuando alcancé el cruce de la esquina, ya no se oía ninguna queja, ni siquiera un pequeño lamento.


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