jueves, 8 de enero de 2015

EL VIAJE DE PARMÉNIDES

En realidad nos han tenido a todos engañados y el primer gran filósofo no fue otro que Parménides, un hombre recio, fuerte, barbado, a quien Platón llamaba devotamente «maestro», y que alcanzó su conocimiento de la muerte no mediante la racionalidad, sino mediante el rito, el sueño, la magia..., de eso nos habla en su poema: de la diosa, del culto a Apolo. Para alcanzar ese conocimiento, Parménides entraba en una suerte de útero terrestre, de círculo de piedra llamado Asclepeion, una suerte de templo curativo. En estos santuarios, el poeta dormía para contar sus sueños a la mañana siguiente a un sacerdote que los siglos han olvidado o han borrado de la historia. Era este confidente sacerdotal quien luego prescribía la cura del filósofo, a quien solía acompañar en sus viajes las serpientes benignas que susurraban en su oído los secretos de la otra vida, a salvo de la enfermedad y la muerte. En Epidauro, en Tesalia, en Cos, los peregrinos llegados a diario dormían y se curaban mediante el sueño y sus imágenes visionarias. Alguien decidió que estas prácticas y sus sacerdotes fueran erradicados para siempre, por terror sagrado a las previsiones que hacían los muertos que se manifestaban reptando en el suelo, y hablando en murmullos con lengua de serpientes que se hundían en la tierra, dueñas únicas de un conocimiento prohibido.








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