sábado, 17 de enero de 2015

ALASKA

Después de que mi amigo Gustavo regresara de su viaje a Barrow, Alaska, fantaseé alguna vez con aquel ambiente y aquel clima extremos: jornadas agotadoras e inquietantemente familiares, un perenne día nocturno que envolvía de blanco un suelo helado, sin relieve y despojado del más elemental bullicio. En el escenario que recreaba mentalmente se superponían parpadeantes bosques de coníferas, osos que rondaban día y noche las casetas de baño, y neblinosas mansiones sobrevoladas por pájaros gigantescos. A estos elementos cabría añadir un helor inhumano, y barcos fantasmales poblados de muertos que vagaban sin rumbo aparente entre los icebergs.
En el corazón de mis pensamientos, sin embargo, solía alzarse una pequeña casa de madera habitada por el fuego de las palabras familiares y el sexo ansioso que se practica en la esquina más inhóspita del mundo. La desnudez en estas condiciones se parece a la herejía o se asemeja a la apuesta más arriesgada. Fuera de la casa, solía imaginar a un barbado amigo de la pareja bebiendo té y soñando con las playas ardientes del Caribe o las terrazas del Mediterráneo. La hoguera que improvisaba era un minúsculo consuelo para el solitario que extiende sus manos ante las llamas.
No hay mucho que hacer, las ofertas de ocio no son numerosas. Como en la cárcel, en la Alaska que recreaba mi mente el tiempo solía coagularse o detenerse, como si no tuviera sentido ni destino al que encararse. El hombre que permanecía fuera de la casa rememoraba antiguas sensualidades. Su oído se había entrenado para escuchar hasta las pequeñas variaciones de luz, o el temblor susurrante de la más mínima cosa en el bosque blanco. Había preparado su corazón para la fatiga y la supervivencia.
Más allá de la escena, aguardaba el lobo negro primordial, el Buck salvaje, expectante ante cualquier descuido para alimentarse. Un río próximo pasaba arrastrando las estrellas de las noches árticas. El hombre llevaba semanas preguntándose si seguía en el mundo, si aquel pueblo también formaba parte de él, o si había muerto y esperaba en el limbo a un juez o a un dios desconocido. No intuía que era sólo el pensamiento borroso de otro hombre.






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