sábado, 3 de enero de 2015

LA CASA DEL MIEDO

En un descampado de la vieja villa, casi completamente despoblada, persiste la gran Casa del Terror de la feria que solía montarse allí hace muchos años. Las argucias y burocracias del tiempo eliminaron a los niños que solían subirse entonces a los vagones de la casa del miedo, donde las brujas, los monstruos y los vampiros aparecían y quedaban atrás, de forma repentina y proclive a una nostalgia prematura. Los niños salían espantados y pálidos de susto, con la expresión seria, como si hubiesen crecido y hasta envejecido de pronto. Ni sonrisas ni la inocencia del principio, cuando aún los protegía la luz. Las voces de los pocos lugareños y las viejas gitanas feriantes dicen que siguen dentro, blancos como velas o linternas en la oscuridad. Los vagones continúan dando vueltas sobre su inquebrantable trayecto, pero salen siempre vacíos; aunque un débil murmullo se escucha desde el interior, como si alguien llevase muchos años solo, llorando en vano. El dueño de la casa dice que se divierten, y no permite que nadie ocupe los vagones que salen huecos cada pocos minutos. El viaje de los primeros aún no ha acabado.

 






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