miércoles, 7 de enero de 2015

UNA PAREJA PROVECHOSA

Desde muy pronto, casi desde que era una niña, cualquiera podía imaginar que Yurena se convertiría en poco tiempo en aquello que algunos llaman un mujerón, una real hembra. Era ese tipo de chica que había dado un salto convencido y temprano desde la infancia hasta una adolescencia colmada de formas deliciosas y turbios deseos. Su cuerpo entonces pareció llenarse de valles y suspiros, de ojos ávidos y miles de secretos. Ella lo sabía y explotaba sus virtudes. Sus paseos por las bulliciosas y polvorientas calles del pequeño pueblo pesquero se hicieron famosos y se convirtieron en la afición favorita de los gandules locales. Así que cuando Yurena cumplió los dieciséis años, no fue menos deseada ni provocó menos envidias que la Malena de la película.
La soledad adolescente de la muchacha no duraría mucho, y Antonio Nogueira, a quienes todos llamaban cariñosamente «Tonín», hijo único de un avaricioso portugués que poseía tierra y varios negocios en la zona, se decidió. Él era unos cuatro o cinco años mayor que ella; tenía coche, tenía trabajo, tenía varias casas y, después de unos breves meses de noviazgo, habló con la familia y lo prepararon todo. Organizaron una lujosa boda, un gran convite, y una fiesta hasta altas horas de la noche en el mejor restaurante del pueblo. Luego se fueron al norte, a la ciudad, donde «Tonín» dirigió los negocios paternos con diligencia hasta heredarlos, y Yurena no tardó en dar a luz a su primera hija, aún sin haber cumplido los veinte años. Tuvieron otra niña y la joven parecía completa y feliz. La vida era fácil gracias a la cuantiosa herencia que recibió Tonín, y pudieron contratar a una mujer que cuidaba de las niñas, y a otra más que se encargaba de la casa. Frecuentaban los parques, las playas, los jardines, las ferias, los cines, los viajes... Todo iba rodado.
Tonín compró más propiedades y sus negocios se expandían y le ofrecían más de lo que necesitaba. Mejoraron la primera casa, incluso compraron otra más amplia en el pueblo, frente al mar, para que las niñas jugaran y se bañaran, y la madre pudiera tomar el sol. La vida de casada de Yurena era cómoda y jamás necesitó trabajar, de modo que dedicaba su tiempo a completar y ampliar sus aficiones: el ejercicio, el baile, la lectura, el cine y la música. Por su parte, Tonín, convertido al fin en don Antonio Nogueira, fue elegido alcalde de su pueblo casi por aclamación popular. En el exclusivo colegio, las niñas de la provechosa pareja recibían constantes engreimientos y las mejores calificaciones.
Pasó así la primera década del matrimonio. Iban y volvían de la ciudad al pueblo. Vivían a caballo entre el campo y la metrópoli; el primero más propicio al descanso y al reláx, y el segundo al aumento de los crecientes bienes de la familia. Tonín administraba y mandaba en muchos sitios, y Yurena era la reina indiscutida de amplias y cómodas casas y fincas espaciosas. Las niñas habían crecido y comenzaron a timonear sus vidas, así que la pareja decidió tener más hijos, esta vez un niño. Sin embargo, el parto no fue ya fácil para Yurena, quien murió al dar a luz. El niño había nacido con feas deformaciones y una rara enfermedad. El señor Nogueira se vio por primera vez solo y se espantó; no pudiendo soportarlo, se quitó de en medio con un tiro infalible en la boca.
Cuando llegó la noticia del grave accidente que habían sufrido las hermanas Nogueira tras una noche de borrachera, no quedaba nadie a quien darle el pésame. Mejor así, todo se había venido abajo de pronto, como si solo fueran fichas de dominó que una mano desconocida y enorme había rozado con un dedito.




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