sábado, 10 de enero de 2015

DAÑOS COLATERALES

Cuando no está de guardia, mi colega Steve abrillanta sus botas con grasa de caballo, ordena la taquilla o deja impoluta su cama; pero la mayor parte del tiempo se lo pasa picándose, bebiendo whisky, borracho en el bar del cuartel en las horas de descanso, o armando gresca y organizando partidas y peleas ilegales en algunos garitos de la ciudad. Él sabe tan bien como yo que no hay nada bueno ni admirable en lo que hacemos, que nos importa una mierda ayudar a estos desgraciados salvajes, terroristas de mierda. Sólo hemos venido por el dinero y nos entretenemos violando a las mujeres y a las niñas que nos apetece (very good! Very good!). Luego las pasamos a cuchillo, destrozamos sus cabezas y las quemamos. Es simple, decimos que las hemos encontrado así, que fueron ellos, siempre los otros. No tenemos miedo porque no tenemos nada que perder y ya no amamos nada.
Todo esto es una gran mierda en mitad de un poblado inmundo y polvoriento, y nosotros tan mierdas como la situación que nos toca tragar. ¿Qué íbamos a hacer, venirnos abajo, rendirnos? Hay que adaptarse, sobrevivir, y evitar los largos paseos por campos de minas. En la tele americana, en realidad, no tienen ni idea. El país está perfectamente desinformado sobre lo que ocurre aquí. Lo único que hacemos es tratar de que no nos maten, beber y violar a las mujeres que nos dé la gana. Y luego quemarlo todo, enterrarlo, tener bien claro que la ética o los escrúpulos son sólo una venda innecesaria alrededor de los ojos, un nudo incómodo dentro del pecho.







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