miércoles, 31 de diciembre de 2014

CARACAS, VENTA DE AIRE

La crisis diplomática entre Venezuela y Panamá hizo que, cuando llegué al país de Andrés Bello y Ramos Sucre para ver a un anciano tío de mi padre, emigrado a Caracas desde finales de los años cuarenta, y fui al mercado, no pudiera encontrar nada de lo que necesitaba. Maduro se había cabreado, y cuando quise comprar azúcar, aceite, papel higiénico, pollo y pasta de dientes, me di cuenta, tras buscar por todos partes, que tendría que endulzarme por mí mismo, freír chuchangas, limpiarme el culo con hojas o piedras, y evitar sonreír mientras ahorraba para el dentista. En los almacenes tampoco podía encontrarse pollo ni café.
En un último esfuerzo, logré que me vendieran unas botellas de leche por el triple de su valor antes de la crisis. «No hay otra cosa», me dijo la dependienta. No me quedó más remedio que llevarme la leche. Con ella he conseguido guisar ingeniosamente mis arepas de harina de tierra con humus y lombrices, y formar una pasta mezclando la leche con ciertas resinas pegajosas para cumplir con la limpieza de los dientes. El culo no he tenido más remedio que seguir limpiándomelo con hojas. La leche no resultó muy eficaz para lavar, así que comencé a vestirme poco y a escandalizar a los vecinos, quienes apenas sí salían a la calle. Cuando salían, iban envueltos en camisas y pantalones malolientes y de aspecto deplorable.
Tenía que adaptarme: quería ahorrarme disgustos, bastantes problemas tenía ya. Aguanté bebiendo leche un par de semanas, luego salí desnudo y de noche, con el hacha de mi tío en la mano, a cazar gente para llenar la despensa. El gobierno no ofrecía otra solución.




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