domingo, 28 de diciembre de 2014

JUEVES, 12 DE JUNIO DE 2003. La hermosa tarde de verano gira entre esquinas azules. Ruedan las hojas hacia poniente. Cae la sombra como un pétalo que ni murmullo tiene entre la hierba. Suena una extraña música. Deriva imperceptible el sol, las nubes, las alas y los cuerpos, hechos a la vez de luz y oscuridad, de claridad y tiniebla. Una tristeza mágica susurra con la complicidad de tu boca. La verdad de los árboles y del agua. No pasa nada, la brisa de una juventud llena de encanto, palabras, risas... sensuales, poderosas.
Flores de lirio caídas en los patios de las casas. Los muros ya no lucen su jazmín real. Ya no queda nadie en esta playa que parece ir apartándose de ti: sólo equívoca quietud sin cuerpos desnudos. Quizá comienzan ahora los días más hermosos. En la Calle Flores y sol, al pasar en el coche con David, me fijo en las buganvillas de una casa que parece abandonada, y sobre la que pasan nubes, palomas y sombras constantemente.
Sobre la arena tibia del ocaso, la vida parece ir abandonándose, dejándose ir sobre un reino que se pierde en estas últimas noches de una primavera casi estival. Las estrellas y la luna se asoman a la vez que comienza a oírse una música casi silenciosa. Brilla Mahler en la penumbra del cuarto. El aire se hace cada vez más frágil. Plenitud y esplendor, esta es la eternidad más breve. Morador de entresueños, en la memoria aún percute el fulgor de los rostros recién vistos. Todo mientras bebes de la sombra de un labio, emocionado, torpe y solo, cada cosa que has puesto en esta música y es tan sólo tu vida.


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