lunes, 8 de diciembre de 2014

LA PISCINA

El niño lleva ya mucho tiempo en el agua. Es verano, ha aprobado todo y está de vacaciones. Ni quiere ni se decide a salir. Tiene las yemas de los dedos arrugadas, y su madre ha ido muchas veces al jardín para gritarle que salga y se seque de una vez. Pronto caerá la noche y la cena casi está lista. El papá está a punto de llegar. El niño se sumerge una y otra vez, bucea hacia el fondo como si hubiese perdido algo y tratara de encontrarlo. El fondo es negro, parece muy profundo, y casi no se ve. Solo logra distinguir algunos corales y medusas, rocas, algas, y raros peces medianos y polícromos sin ningún parecido entre sí. El niño teme lo que ansía y tiembla. Respira con dificultad, está agotado; pero no ceja en su empeño. Del fondo emerge de pronto un cuerpo que le horroriza y le provoca un grito. Es un cadáver muy blanco y ha sido parcialmente mordisqueado por los peces. El cuerpo está atado de pies y manos a un bloque de cemento. Reconoce el rostro pálido y ojeroso: es su madre, pero entonces, ¿quién lo llama desde el jardín para que entre a cenar? El niño prefiere no salir de la piscina. La vida de fuera le da más miedo que la quietud impotente de los muertos.










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