viernes, 19 de diciembre de 2014

CAMBIO DE CIELO

Coelum non animum mutant qui trans mare currunt
Horacio

Se había criado en una buena familia de la burguesía catalana, y se supone que había hecho todo lo que había que hacer en la vida: había estudiado, había completado con éxito sus estudios, había entrado a trabajar ocupando un alto cargo en la empresa familiar, presidida por el patriarca del clan, se había casado con una chica guapa, fina, educada, elegante, estupenda..., había tenido con ella tres niños preciosos: dos chicos y la princesita. Un día se hartó y, sin previo aviso ni amenaza, lo abandonó todo y, tras coger un avión, recaló en el sudeste asiático, en la isla de Koh Lipe (Tailandia), donde, tras vagabundear por unas semanas en Bangkok, conoció los placeres y peligros de una existencia disoluta, nocturna y desordenada, y se asentó con una isleña hermosa y adolescente, con la que regenta un pequeño chiringuito al borde de la playa.
Allí pone en práctica lo aprendido en sus cursos de psicología vocacional, escuchando y aconsejando a turistas infelices que corren tras la desdicha sobre la superficie de la Tierra. Lo llaman «El Brujo» por esto y por ciertos rituales clandestinos que practica de madrugada en su cabaña litoral, rodeado de numerosas y lúbricas adolescentes. Cuenta anécdotas de España y de su familia que embelesan a los lugareños, experiencias jamás previstas en Koh Lipe y su escueta literatura semirural, y todos sus vecinos se congregan al atardecer para oír sus leyendas españolas. Él se siente como Robert Louis Stevenson en sus últimos años de Samoa, y se ha hecho llamar Tusitala. Hace solo unos pocos años, cuando era gerente y hacía las funciones de abogado para papá, todos los días eran iguales y, tras ver la película La playa, soñaba con vivir así: sin horarios, sin stress, sin grandes asuntos entre manos, rodeado de bellas mujeres tailandesas que le hagan olvidar qué es el frío.
Hoy se siente libre y vive en una tierra abierta y acogedora, generosa con el extranjero. Nadie lo espera y a nadie tiene que esperar, come cuando quiere en bermudas y en cholas, y duerme siestas ruidosas junto a vírgenes tailandesas de rasgos arrebatadores y pieles de tono dorado, tersas como la seda hindú. Algo sin embargo lo inquieta en las noches más húmedas del Monzón, cuando despierta sudoroso sobre su camastro con mosquitero. El cielo en Koh Lipe es distinto, pero su cerebro sigue trabajando a destajo, y procurando los mejores dividendos para la próspera empresa familiar de Barcelona.

 

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