jueves, 18 de diciembre de 2014

NOCHE EN UN HOTEL RURAL

Había encontrado el hotel de casualidad, camino de Zaragoza, y cogió una habitación para pasar la noche. Pocas horas después de subir hasta su planta, y atravesar un pasillo que se apagaba a su paso, se había duchado, había cenado algo ligero y estaba en la cama, agotado; pero no podía dormir: lloraba como un niño agarrado a la almohada y se había cubierto la cabeza con las sábanas, envuelto por la oscuridad, esperando que el rostro que estaba a sus pies desapareciera y que las voces que susurraban, dejaran de oírse. Nunca se había sentido tan vulnerable e impotente. Reuniendo todo el valor que le quedaba, salió de debajo de las sábanas y miró el cuarto en el que estaba alojado: feo, anticuado, con muebles viejos, del siglo pasado, y paredes forradas con un papel infantil que ya no se vendía. Aquel sitio era la viva imagen de la decadencia y del abandono en que estaba el resto del pueblo. La humedad y el frío se dejaban sentir hasta los huesos, cuando vio horrorizado a las sombras que se acercaban a la ventana para tirarse, y oyó un llanto muy profundo y triste, casi insoportable, que parecía venir de la habitación de al lado; pero aquel era un establecimiento pequeño, olvidado, donde ya no paraba casi nadie, y él era el único cliente.











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