LA
MALDITÍSIMA TRINIDAD
Leonardo
es idiota, Ferdinand está loco y yo escribo poesía y relatos. Todo
el mundo nos conoce y sabe que somos los rechazados: solo unos
mendigos, unos parias a los que se les puede gritar e insultar allá
por donde pasen sin mayores consecuencias. La verdad es que no
tenemos donde caernos muertos y, cuando nos echaron de casa, nos
dedicamos a vagar por ahí: primero en las aceras y los parques de la
ciudad, y después por pequeños barrios o pueblos al borde del monte
o del mar, junto a los malpaíses o los secarrales y bajo el sol cuantioso o la abundante noche.
No
somos bien recibidos en ningún sitio y nadie confía en nosotros.
Antes de darnos una oportunidad, ya nos han hecho a un lado como
monstruos grotescos en su parada, en su margen inerte. No hacemos
preguntas, no nos interesan las razones; simplemente ocurre y nada
más. Nadie soporta la estupidez aunque sea estúpido, ni la
literatura si es demasiado buena o difícil. La locura es condenada
por incomprensible y caótica, por imprevisible y por su nula
rentabilidad. Somos la simple prueba de los errores de Dios. No dudo
de que no tenemos futuro y ninguno sabe dónde estaremos mañana. La
libertad es un infierno apenas soportable porque el ser humano no
está acostumbrado a ella y la teme como al fuego o a la muerte.
No
somos menos representativos de este mundo que aquellos que nos
desprecian; tampoco somos menos nobles o menos inútiles: nuestra
perdición es la diferencia, la rareza. Como seres humanos, como
animales vivos, creo que merecemos el derecho a la vida y un poco de
respeto; pero se dice que han contratado a unos matones para que
acaben con nosotros. Nadie nos cree ni nos necesita. Tengo miedo del
lugar donde pasaremos la próxima noche. Delante de nosotros solo
vemos piedras y polvo y los muros de una antigua fábrica abandonada.
Quizá mañana no abramos los ojos.
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