EL GRADUADO
Como si fuera
Gatsby, El Graduado está tendido sobre el flotador de la piscina. Es
verano y no tiene nada que hacer ni se ha propuesto hacer nada, salvo
seducir y ser seducido; amar y dejarse amar, tomar el sol y tener la
mano derecha siempre libre para sostener una copa. Hasta ahora no lo
sabía, pero es irresistible y se siente inevitablemente atractivo.
Están lejos los exámenes, la universidad, los horarios, las
obligaciones. Ha hecho un ovillo con todas las enormes esperanzas que
había sobre sus hombros, y lo ha echado a rodar ladera abajo desde
el chalet. Ahora todos los días son suyos y no tiene que usar
corbata o poner cara de imbécil en el despacho de papá. No teme
decir lo que piensa. Se siente fuerte, se siente seguro, se siente
algo así como el hombre del año y se ha propuesto pasarlo en
grande, solo eso.
Algo
interrumpe su placer: un tipo al borde de la piscina le grita que
salga ya, que ahora le toca a él, que se llama Jay Gatsby, y que
quién se ha creído que es para entrometerse en su película. De
mala gana, obedece. Cuando todavía se estaba secando en la caseta
del jardín, escuchó los disparos. Salió corriendo y, sobre el
agua, encontró flotando el cuerpo sin vida de Robert Redford. «¡Uf,
por un pelo, qué poco ha faltado!»,
pensó Dustin Hoffman. La verdad es que no hay nada como ocupar las
vidas ajenas, pero solo mientras resulten cómodas.
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