AGUAS
Y SOMBRA
Las
barcas se hunden en un horizonte que se aleja y está por cerrarse,
en la derrota amarilla de la luz. Estoy con David en la playa, en nuestra
playa, y aún se puede escuchar la frescura de las risas en un raro
atardecer veraniego de diciembre. La noche es como una pantera
inconcebible o metafísica que se acercara con cautela, pisando
cúmulos de esmeraldas vegetales. Dura en su inocencia fácil, sin
leyes ni moral, lo muerde y lo devora todo en un banquete de fiebre.
Nada me deja el día sino este placer caliente de la luz en los
hombros, el sol que estuvo aquí juntando y levantando sombras que se
van quedando frías.
Vuelan
aún las andoriñas en el aire final de un verano invicto. Entre un
cuerpo y otro, ahora quizá sería posible olvidar la mañana que
vendrá, las nubes que suben o bajan con la marea, teñidas de un rojo
sangre casi morado. En este reino de adelfas blancas, hasta los muros parecen de carne,
todo en flor: la brisa negra, las dispersas sombras, el mundo que
gira entre flamboyanes, siempre en la misma dirección, hasta
dejarnos solos con el deseo, otra vez. ¿Se aprende así el oficio
del ahogado?
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