LA POSEÍDA
Mi prima Silvia
estaba poseída, hecho que se creía y del que se dudaba a partes
distintas. Yo lo creía ciegamente: jamás había visto a una
adolescente más bella, rubia y de aspecto etéreo, diciendo tantas
porquerías, masturbándose con el crucifijo de mi abuela o metiendo
al abuelo en su cama a cualquier hora de la noche. Mis tíos no
sabían qué pensar ni cómo actuar: los médicos les dijeron que
aquello era un asunto de compleja índole filosófica y que no tenían
herramientas con las que tratarla. Los exorcistas que la habían
visitado les recomendaron llevarla a un médico especialista en
psiquiatría, después de acostarse con ella cuando se quedaban a
solas con la endemoniada.
La
verdad es que los gritos de mi prima y sus maldiciones duraban día y
noche, así que, para poder dormir y aliviarme también, solía
meterme en su cama y rezar con ella un Ave María. La familia pronto
compró los suficientes tapones y pastillas como para no oír los
alaridos de mi prima reclamando hombres en su cuarto constantemente:
Todo
después de insonorizar las paredes y advertir a los vecinos. Por
último, optaron por amordazarla. Cuando
nos enteramos de que Silvia se había quedado embarazada, nadie podía
explicarse cómo había ocurrido. El parto fue difícil y en casa: la
asistieron como matronas unas prostitutas del barrio porque eran las
únicas sin cuentas pendientes con el más allá. El esfuerzo de mi
prima y sus dificultades fueron tan penosas, para sus estrechas
caderas, que murió dando a luz mientras todos retuvimos una lágrima
y ahogamos un suspiro.
Casi
inmediatamente después, se abrió junto a la cama una grieta que
exhalaba humo, olor a azufre y llamaradas, mientras una voz maléfica
en off
reclamaba al hermoso macho cabrío que Silvia había parido. El
hecho, en sí intrascendente, causó alguna muerte súbita en las
personas mayores que estaban en ese momento en la habitación,
singularmente en la tía abuela Virtudes. Solo el abuelo Tomás se
mantenía impertérrito y tieso en su silla, actitud que atrajo
todas las miradas hasta que se levantó de golpe y dijo: «A
mí no me miren. ¡Ya le advertí a esa jodida cría que la ouija no
era un juego!»
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