UNA PAREJA
PROVECHOSA
Desde muy pronto,
casi desde que era una niña, cualquiera podía imaginar que Yurena
se convertiría en poco tiempo en aquello que algunos llaman un
mujerón, una real hembra. Era ese tipo de chica que había dado un
salto convencido y temprano desde la infancia hasta una adolescencia
colmada de formas deliciosas y turbios deseos. Su cuerpo entonces
pareció llenarse de valles y suspiros, de ojos ávidos y miles de
secretos. Ella lo sabía y explotaba sus virtudes. Sus paseos por las
bulliciosas y polvorientas calles del pequeño pueblo pesquero se
hicieron famosos y se convirtieron en la afición favorita de los
gandules locales. Así que cuando Yurena cumplió los dieciséis
años, no fue menos deseada ni provocó menos envidias que la Malena
de la película.
La
soledad adolescente de la muchacha no duraría mucho, y Antonio
Nogueira, a quienes todos llamaban cariñosamente «Tonín»,
hijo único de un avaricioso portugués que poseía tierra y varios
negocios en la zona, se decidió. Él era unos cuatro o cinco años
mayor que ella; tenía coche, tenía trabajo, tenía varias casas y,
después de unos breves meses de noviazgo, habló con la familia y lo
prepararon todo. Organizaron una lujosa boda, un gran convite, y una
fiesta hasta altas horas de la noche en el mejor restaurante del
pueblo. Luego se fueron al norte, a la ciudad, donde «Tonín»
dirigió los negocios paternos con diligencia hasta heredarlos, y
Yurena no tardó en dar a luz a su primera hija, aún sin haber
cumplido los veinte años. Tuvieron otra niña y la joven parecía
completa y feliz. La vida era fácil gracias a la cuantiosa herencia
que recibió Tonín, y pudieron contratar a una mujer que cuidaba de
las niñas, y a otra más que se encargaba de la casa. Frecuentaban
los parques, las playas, los jardines, las ferias, los cines, los
viajes... Todo iba rodado.
Tonín compró más
propiedades y sus negocios se expandían y le ofrecían más de lo
que necesitaba. Mejoraron la primera casa, incluso compraron otra más
amplia en el pueblo, frente al mar, para que las niñas jugaran y se
bañaran, y la madre pudiera tomar el sol. La vida de casada de
Yurena era cómoda y jamás necesitó trabajar, de modo que dedicaba
su tiempo a completar y ampliar sus aficiones: el ejercicio, el
baile, la lectura, el cine y la música. Por su parte, Tonín,
convertido al fin en don Antonio Nogueira, fue elegido alcalde de su
pueblo casi por aclamación popular. En el exclusivo colegio, las
niñas de la provechosa pareja recibían constantes engreimientos y
las mejores calificaciones.
Pasó así la
primera década del matrimonio. Iban y volvían de la ciudad al
pueblo. Vivían a caballo entre el campo y la metrópoli; el primero
más propicio al descanso y al reláx, y el segundo al aumento de los
crecientes bienes de la familia. Tonín administraba y mandaba en
muchos sitios, y Yurena era la reina indiscutida de amplias y cómodas
casas y fincas espaciosas. Las niñas habían crecido y comenzaron a
timonear sus vidas, así que la pareja decidió tener más hijos,
esta vez un niño. Sin embargo, el parto no fue ya fácil para
Yurena, quien murió al dar a luz. El niño había nacido con feas
deformaciones y una rara enfermedad. El señor Nogueira se vio por
primera vez solo y se espantó; no pudiendo soportarlo, se quitó de
en medio con un tiro infalible en la boca.
Cuando llegó la
noticia del grave accidente que habían sufrido las hermanas Nogueira
tras una noche de borrachera, no quedaba nadie a quien darle el
pésame. Mejor así, todo se había venido abajo de pronto, como si
solo fueran fichas de dominó que una mano desconocida y enorme había
rozado con un dedito.
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