LOS
LOBOS FEROCES
La
chica debe estar a punto de despertar. No, no creo que esté muerta.
La he visto moverse un par de veces y balbucear algo en sueños.
Ahora parece que abre los ojos con dificultad, con pereza,
somnolienta todavía. Empieza a cobrar un poco de conciencia. Veremos
cómo el desconcierto, el miedo y, con un poco de suerte, hasta el
pánico y la angustia crecen en su rostro. Ella jamás ha estado en
este bosque y se sentirá desconcertada. No sabrá qué hacer ni a
dónde dirigirse. Nada familiar, todo intensamente ajeno y remoto en
sus sentidos, en sus pensamientos, en sus emociones. ¡Mira, mira!,
no te lo pierdas: parece que trata de levantarse de la orilla del
camino. Recoge las cosas de su bolso que estaban tiradas junto a
ella: el móvil, el cargador, una caja de tabaco, el mechero, su
maquillaje, la cartera, un libro, unas llaves… ¡Joder! Fíjate,
tiene una resaca tan fuerte que no reconoce ni sus cosas. Seguro que
no se acuerda de nada, esas pastillas que le dimos son muy potentes y
ni sabrá cómo demonios llegó anoche hasta aquí ni quién la
trajo. Realmente da mucha pena la pobrecilla, y eso me pone muy
cachondo.
Observa,
mira, está tratando de caminar. Joder, está perdida. Como dijiste,
ha visto ahora el papel en el árbol, en el momento justo. Sí, sí,
lo está mirando, lo lee, de eso sí se acuerda. Prepárate, está a
punto de sonar tu teléfono. Muéstrate amable y preocupado, como un
buen samaritano. No tiene más salida, será hasta demasiado fácil.
Sólo puede recurrir a nosotros. Por aquí no hay nadie en muchos
kilómetros a la redonda. ¡Ey!, ya está marcando, voy a arrancar el
coche. Joder, cómo nos vamos a divertir cuando la atemos y
comencemos a azotarla. Sí, sí, contesta ya, pero quiero darle yo la
primera paliza y cortarle los pezones.
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