EL
MENDIGO
El
hombre viejo caminaba entre los coches detenidos ante el semáforo en
rojo, a la entrada de la ciudad, donde están las piscinas
municipales, llevando a la mujer cargada sobre sus espaldas. No era
importante, a quién iba a importarle sus pañuelos de papel y la
miseria escrita con letra torpe en sus carteles de cartón mugriento.
Los hombres que lo ignoraban, no querían reconocerse en él ni
sabían cómo solidarizarse con su desgracia. Con las leyes de la
manada a cuestas, dejaban abandonado al miembro herido gravemente
para que muera solo. De esa crueldad y de esa cobardía procedemos.
Cuando pasó junto a mi coche, pensé en bajarme un momento y
prestarle ayuda, preguntarle si necesitaba algo. Lo miré
intensamente a los ojos y la dureza doliente de su rostro me aterró.
La mujer que llevaba a la espalda se parecía demasiado a mi madre
para seguir fingiendo que no era yo el viejo herido de muerte a la
entrada de la ciudad.
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