QUIETUD DE LA MAÑANA
Acababa de
despertar, pero no de golpe, sino lánguida, lentamente. Ha
admitido el final del sueño con desgana, con pereza, casi con el
dolor humillante de las últimas pesadillas que ha tenido. A
su alrededor, el dormitorio del viejo apartamento va adquiriendo los
colores y contornos habituales; los objetos, que van maquillando sus
formas nocturnas, se presentan tal como cabría esperarlos:
exactamente como eran ayer. Su pensamiento está agitado, pero en la
habitación todo aguarda tranquilo e inalterable: la ropa limpia
sobre la silla, el mueble de la cómoda, los libros en la mesilla
de noche, la maleta a medio deshacer, la botella de agua vacía junto
a la cama... Cuando se asoma a la ventana, el aire parece a punto de
hacerse visible sobre las ramas de los árboles, llenos de una gran
quietud.
Fuera ve a las
chicas de la limpieza haciendo su trabajo diario de barrer y fregar
los suelos de la urbanización. Aún no ha llegado el verano, pero el
clima cálido del fin de semana permite que los niños se bañen en
la piscina, y griten felices corriendo a su alrededor, justo ahí, en
la casa de enfrente. Un viejo estaba sentado en la mesa de una
terraza, y se concentraba en un periódico mientras sorbía su taza
de café. Todo transcurría suave, blandamente, como si no pasara
nada, y en realidad no ocurría gran cosa: unos adolescentes que
vendían cajas de fresas para costearse el viaje de fin de curso, los
conductores de camiones que metían cajas con botellas en las
despensas de los bares, los gatos de su calle que retozaban mimosos
en los jardines, las muchachas que pasaban agitando sus faldas,
coletas, y el sonajero de sus risas... En tanto, el sol flotaba
apacible sobre la escena, como una cometa sujetada por un niño
invisible.
Nadie lo
acompañaba. Había comprado el apartamento para recrear la soledad
propia. Hacía rato que el mundo había comenzado a mover sus
milenarios y pesados engranajes; pero contrariamente a esto, él se
sentía al final de algo que ni siquiera lograba adivinar. Sólo
tenía una sensación, una vaga intuición. Cuando se levantó y fue
al cuarto de baño, no se inmutó al no verse en el espejo. Cuando
traspasó la puerta sin abrirla para alcanzar la escalera, nada le
pareció extraño. El cartel de «Se
vende» que lucía su
balcón era lo único que lo inquietó un poco, no demasiado.
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