EL
ACCIDENTE
Carlos
Domínguez, un estudiante de Derecho que regresaba a su isla natal
para ver a su novia después de una breve estancia en Madrid, llama
al móvil de su pareja para preguntarle si no le es molestia que
llevase con él a un amigo que acababa de tener un grave accidente de
tráfico, sin familia cercana, y cuyo rostro había quedado
desfigurado tras el impacto de su coche contra otro en una curva a
las afueras de la capital. Era, según sus palabras, un joven
estudiante de Historia del arte que había sufrido un fuerte
traumatismo en el cráneo, y cuyas facciones quedaron borrosas y
desdibujadas por el asfalto cuando salió disparado del vehículo: no
llevaba cinturón de seguridad. Ana María, la novia de Carlos,
estaba deseosa de verlo y nerviosa ante su llegada; pero le contestó,
espantada, temerosa, que no se veía con fuerzas de soportar la
presencia y los cuidados del chico accidentado sin ayuda, y mucho
menos acogerlo en un piso tan pequeño como el que compartían.
Carlos colgó el teléfono antes de que ella terminase de hablar,
satisfecho de no haber sobrevivido al accidente.
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