EL
VIAJE DE PARMÉNIDES
En
realidad nos han tenido a todos engañados y el primer gran filósofo
no fue otro que Parménides, un hombre recio, fuerte, barbado, a
quien Platón llamaba devotamente «maestro»,
y que alcanzó su conocimiento de la muerte no mediante la
racionalidad, sino mediante el rito, el sueño, la magia..., de eso
nos habla en su poema: de la diosa, del culto a Apolo. Para alcanzar
ese conocimiento, Parménides entraba en una suerte de útero
terrestre, de círculo de piedra llamado Asclepeion,
una suerte de templo curativo. En estos santuarios, el poeta dormía
para contar sus sueños a la mañana siguiente a un sacerdote que los
siglos han olvidado o han borrado de la historia. Era este confidente
sacerdotal quien luego prescribía la cura del filósofo, a quien
solía acompañar en sus viajes las serpientes benignas que
susurraban en su oído los secretos de la otra vida, a salvo de la
enfermedad y la muerte. En Epidauro, en Tesalia, en Cos, los
peregrinos llegados a diario dormían y se curaban mediante el sueño
y sus imágenes visionarias. Alguien decidió que estas prácticas y
sus sacerdotes fueran erradicados para siempre, por terror sagrado a
las previsiones que hacían los muertos que se manifestaban reptando
en el suelo, y hablando en murmullos con lengua de serpientes que se
hundían en la tierra, dueñas únicas de un conocimiento prohibido.
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