LA
CASA DEL MIEDO
En
un descampado de la vieja villa, casi completamente despoblada,
persiste la gran Casa del Terror de la feria que solía montarse allí
hace muchos años. Las argucias y burocracias del tiempo eliminaron a
los niños que solían subirse entonces a los vagones de la casa del
miedo, donde las brujas, los monstruos y los vampiros aparecían y
quedaban atrás, de forma repentina y proclive a una nostalgia
prematura. Los niños salían espantados y pálidos de susto, con la
expresión seria, como si hubiesen crecido y hasta envejecido de
pronto. Ni sonrisas ni la inocencia del principio, cuando aún los
protegía la luz. Las voces de los pocos lugareños y las viejas
gitanas feriantes dicen que siguen dentro, blancos como velas o
linternas en la oscuridad. Los vagones continúan dando vueltas sobre
su inquebrantable trayecto, pero salen siempre vacíos; aunque un
débil murmullo se escucha desde el interior, como si alguien llevase
muchos años solo, llorando en vano. El dueño de la casa dice que se
divierten, y no permite que nadie ocupe los vagones que salen huecos
cada pocos minutos. El viaje de los primeros aún no ha acabado.
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