jueves, 2 de octubre de 2014

DESCRÉDITO DE LA ETERNIDAD



Si una gran mayoría de los políticos de hoy, por no decir que todos, ha perdido la que solía ser su su principal baza, la credibilidad, no es menos cierto que la gente de la calle ya no cree ni espera acontecimientos o estados duraderos en su vida. La gente sabe que vive «entre dos paréntesis», en la inmediatez de una sociedad express donde todo es vertiginoso y más frágil y fugaz que nunca. Tampoco los banqueros, las celebridades, los millonarios confían en la duración o en la perdurabilidad de nada: la eternidad ha caído en descrédito. “Nada es para siempre”, decía una canción pop de hace unos años adelantándose a su propio olvido, a su mismo proceso de descomposición y pérdida, pues quizá quien escribió la letra sabía que, de tener éxito, no duraría mucho.
Si la historia es un caos sin leyes más parecido a la carrera enloquecida de una bestia amenazada, o al principio de incertidumbre de la física teórica, que a un proceso coherente, racional, de progreso y evolución humanos, las revoluciones industriales, la aceleración de los medios de producción, el ocio, el aumento sustancial del consumo y de la población, el crecimiento de las ciudades, la ausencia de una regulación en cuanto a las acciones de bancos y empresas a nivel mundial, la llamada globalización… aceleraron hasta límites insospechados su tiempo, el tiempo de todos, hasta que los acontecimientos y los hechos que la componen se hicieron infinitos, y fueron constantemente sustituidos unos por otros hasta soslayarse y contradecirse: apenas leemos y discutimos una noticia, cuando ésta ya ha quedado caduca, desfasada, e incluso falseada por otra que la corrige hasta deformarla. ¿Dónde está la verdad, cuáles son los hechos, qué versión es la buena?
La experiencia de cualquiera suele ser un engranaje falible e irregular de aprendizajes y olvido, y la experiencia de cada ser humano en las sociedades de hoy se desarrolla acuciada por la impaciencia y el egoísmo del que está solo y ha olvidado qué significa la solidaridad o la responsabilidad con el otro. Nadie espera con nosotros demasiado tiempo para conseguir, aprender o entender algo. No le concedemos paciencia alguna a nuestros instantes y todos huyen, volátiles y juntos, hacia la desaparición, lo mismo que nosotros corremos hacia ninguna parte en aviones o autopistas cuyos destinos se han despojado de casi todo: sobre todo de memoria y de futuro. ¿Quién podrá o querrá responsabilizarse hoy del resultado de sus demoras, de sus atrasos? Cualquier cosa despaciosa, duradera, lenta, parece defectuosa, y ya no es agradable ser fiel al silencio o la soledad propios, a esa intimidad en la que escribo estas líneas que ya han comenzado a amarillear y a borrarse.
























































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