martes, 14 de octubre de 2014

CARTA ABIERTA AL POETA HÉCTOR VARGAS RUIZ

En resumidas cuentas,
deseo pedirme perdón,
pero me conozco
y sé que no voy a perdonarme.

Héctor Vargas Ruiz, Entropía de bolsillo (2007)

Entiéndelo, no puedo aceptarlo. Ahora que tenía un poco de dinero (ando siempre sin un duro), te vas sin que me dejes malgastar mi pasta invitándote a algo: no es justo, ni para mí ni para todos los besos y labios huerfanitos que dejas ahogándose en los bares y esperando por ti, por si apareces de una vez, con tu sonrisa de los sábados, tu oronda barriga de Buda deseante, y tu barba pobladísima de nieves estivales. Te debo tantas cosas, nos debemos tanto; te echo tanto de menos que no puedo más que detestarte con un asqueroso amor apasionado. Ahora, como Vallejo, «te odio con ternura» porque, aunque suene tópico, es verdad que nos quedaban muchas noches por delante y por detrás entre la barra y la pared, y nos has dejado más solos que la luna, consternados, con demasiadas deudas y asuntos pendientes: nunca hicimos aquel trío con la chica que nos pidió un margarita. Nos debemos un polvo y otro chupito de tequila (y otro más) a las tres de la mañana, cuando el The Pink está por cerrar, oso amoroso, pertinente fumador, amante desvergonzado, risueño caballero, golfo, buenazo, poeta, sobre todo, borracho...
Al final, ya sabes, todo es aún peor sin ti; aunque no te lo creas: ahora me parece una mierda. No quiero hacer literatura ni buscar imágenes brillantes para hablar de la muerte (esa tremenda puta, hija de la chingada), que nos echado agua en el whisky cuando empezaba a entonarme y la fiesta alcanzaba su clímax, su momento álgido. No, Héctor, no, aunque lo cantamos muchas veces, sí que viniste para hacer amigos (lacrimosos, ebrios, demasiados), siempre pudimos contar contigo a cualquier hora y en cualquier caso; pero ni eras tan feo como presumías ni tan fuerte como esperábamos y, desde luego, eras lo más adorablemente informal que ha parido madre en estas islas, hoy más desveladas y vacías de lo habitual (poéticamente hablando) y que van decididamente a la deriva sin vos: “¡Oh, capitán, mi capitán!” Déjame decirte: nada será lo mismo, no, nada será igual sin tu rostro de picaporte, sin tu inflamado pecho lobo de berberecho en su salsa, sin tu «Mago amor».
Ahora un aire frío me sopla en el costado, estas noches tan heladas como siempre en las que ya no andas conmigo, frotándote o sosteniéndote en mi hombro, con tus gafas feas, tus camisetas de rayas y tu sombrero anticuado. Me has desabrigado para siempre y eso no se hace, cabronazo. Siempre te gustaron las despedidas a la francesa, pero esta vez te has pasado, y te exijo una rectificación porque nos has jodido bien a todos: ahora sí que nos la metiste doblada. No, espera un momento y deja que hoy me ponga, otra vez, “desagradablemente sentimental”. Nunca fuimos los más altos ni los más delgados de tanta noche lagunera; pero sabíamos llenar nuestro sitio. Ahora tu butaca está vacía para siempre, y dime cómo hago para pedirle una caña a Andrés, a Nardo o a Yoli; cómo le doy un beso a Laura o a Gloria de parte de los dos; o qué coño puedo decirle con sentido a Juan o a Javi y que no suene ridículo, patético, holgadamente innecesario. Siempre me decías: “Iván, si bajas a La Laguna, pégame el toque”. Ahora sé que, por tu reloj, he llegado más tarde que nunca; y, por tu calendario, he faltado justamente en la noche más necesaria.
Héctor, recuerda que te espero esta noche en el Siete, así que no me jodas y no llegues tarde tú también. Cuando entre, quiero verte sentado a una de las mesas del jardín aunque haga frío, riéndote del soslayo, con tu vieja riñonera atiborrada. Quiero encontrarte con una dorada casi llena, liando un cigarrillo con tu pequeño chisme perfecto, y con esos dedazos blancos y gordezuelos que siempre supieron tocar las fibras más sensibles, y acariciar a Helena como si Troya nunca hubiese sido destruida. Después de darnos un abrazo, nos contaremos una vez más (¡qué pesados!), nuestra anécdota preferida: sí, más que asiduos del Blues, somos residuos. Sé que tú volverás a reírte con ganas y sinceramente, aunque ya no tenga gracia; aunque escribir esta carta de mierda —en un día gris donde todo sabe a despedida— no tenga ni puta gracia. Lo hago copiándote de frente, al natural. ¡Venga ya, no me toques los huevos! Ya sabes que nunca se pide la última, siempre es la penúltima, esa que todavía tenemos pendiente. Esta vez invito yo, pero no te la perdono: me la debes, poetílico. No creo que haga falta decirte que te quiero, pero lo hago por si acaso, ya sabes: solamente por si acaso.




1 comentario:

  1. Uno de lo más grandes poetas canarios de mi generación. Lástima que ya no esté entre nosotros.

    ResponderEliminar