miércoles, 29 de octubre de 2014

BARRIO ALTO, LISBOA

«Complicó tanto los asuntos de su vida, y concibió una idea tan íntima de cada una de las personas que conoció, que ya no sabía quién era o qué hacía cada uno y de qué modo influían sobre él y sus noches de insomnio. Decía, por ejemplo, tomar café muchas mañanas con el profesor Ramírez, que murió ya hace tantos años. No era raro encontrarlo solo en un restaurante murmurando ante una silla vacía…»
Escuchaba todo esto, y sus variantes, mientras iba agarrado a la barra de aquel tranvía viejo, amarillo, que me devolvía a mi piso extranjero tras las clases. Aún hoy me parece ver a aquellos dos hombres oscuros, de mediana edad, con bigote bien recortado y anacrónicos trajes o abrigos excesivos… «¿Sabes? Siempre me trató con levísmo descuido, un sutil desdén no disimulado. En realidad no me conocía, nunca le interesé de verdad. Solo fui atrezzo, bambalina, un actor secundario y sin gracia o, peor, un figurante que vivía en un piso destartalado al que siempre adjetivó como «difunto» o «marchito» (…)».
Cada crepúsculo escuchaba casi el mismo diálogo, una cháchara rutinaria que, invariablemente, atrapaba mi atención. La noche caía de pronto cuando, sin darme cuenta, me veía con angustia avanzando entre barrios y edificios en ruinas de una ciudad difunta o marchita, donde jamás reconocí a nadie en las calles.








No hay comentarios:

Publicar un comentario