LA
PISCINA
El
niño lleva ya mucho tiempo en el agua. Es verano, ha aprobado todo y
está de vacaciones. Ni quiere ni se decide a salir. Tiene las yemas
de los dedos arrugadas, y su madre ha ido muchas veces al jardín
para gritarle que salga y se seque de una vez. Pronto caerá la noche
y la cena casi está lista. El papá está a punto de llegar. El niño
se sumerge una y otra vez, bucea hacia el fondo como si hubiese
perdido algo y tratara de encontrarlo. El fondo es negro, parece muy
profundo, y casi no se ve. Solo logra distinguir algunos corales y
medusas, rocas, algas, y raros peces medianos y polícromos sin
ningún parecido entre sí. El niño teme lo que ansía y tiembla.
Respira con dificultad, está agotado; pero no ceja en su empeño.
Del fondo emerge de pronto un cuerpo que le horroriza y le provoca un
grito. Es un cadáver muy blanco y ha sido parcialmente mordisqueado
por los peces. El cuerpo está atado de pies y manos a un bloque de
cemento. Reconoce el rostro pálido y ojeroso: es su madre, pero
entonces, ¿quién lo llama desde el jardín para que entre a cenar?
El niño prefiere no salir de la piscina. La vida de fuera le da más
miedo que la quietud impotente de los muertos.
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