LA
DESAPARICIÓN DEL FUTURO
Los
mejores años de muchos de nuestros abuelos, los abuelos de los aún
jóvenes de mi generación, fueron secuestrados por la Guerra Civil y
el triunfo y la imposición del Franquismo; pero nuestros padres
tuvieron futuro o, como poco, tuvieron la ilusión del futuro: cuando
eran extremadamente jóvenes, lo tenían ante sí, esplendoroso y
abierto como una consecuencia inevitable de un trabajo constante,
duro, eficiente, con o sin estudios. Entiendo que estamos en los años
setenta del siglo pasado, en los últimos momentos de la dictadura,
cuando la economía, y la fuente de riqueza que comenzaba a ser el
turismo, despuntaba con fuerza en Canarias. El futuro era un tiempo
potencial pero alcanzable, fruto decantado y perfecto que caería por
su propio peso y en el que se depositaban todas las esperanzas. El
régimen, castrador, ilegítimo e intolerante en los años cuarenta y
cincuenta, se convirtió en sus dos últimas décadas en un mohoso y
antiguo proceso de descomposición que era apenas un cadáver en pie,
un zombie que malamente ejemplificaba lo que en Europa había
significado el triunfo de los fascismos.
En
la ilusión de mejorar las condiciones de vida, el presente estaba
sujeto a la obtención de un fin: el pasado, los orígenes humildes,
podían ser superados porque aquellos, los setenta, eran unos años
que permitían concebir esperanza y preparaban la democracia. Se
cerrarrían entonces cuatro largas décadas de Nacionalcatolicismo,
propaganda franquista, consignas prorégimen, manipulación
mediática, grisura, retraso, cerramiento al exterior e
incomunicación con América y Europa... España, naturalmente, no se
pone a la altura del tiempo histórico que vivía en noviembre de
1975 y justo después de la muerte del dictador: ya desde los años
sesenta el país trataba de estar en el presente, de habitar el hoy,
de irse adueñando poco a poco de él. La modernidad redefine el
tiempo hasta casi convertirlo en una creación suya. La época
moderna acelera la historia como nunca, y la empuja hacia delante
arrastrada por las revoluciones populares, la economía burguesa y el
despegue industrial. El tiempo vuelve a correr en España tras el
cierre de la dictadura franquista que, como todo poder y como nos
enseñó Fukuyama, había congelado la historia cuanto pudo para
adueñarse de ella y, sobre todo, para que nada cambiara. Por fin,
parecía haber llegado un período nuevo, distinto, lleno de
proyectos y de fluidez hacia un estado laico, europeo y democrático.
Mis
padres fueron adolescentes en los setenta y jóvenes en los ochenta,
cuando ocurrió mi infancia. Ellos tuvieron entonces confianza, fe,
un dominio de su presente y una fuerza que yo jamás he tenido, y que
en este nuevo siglo he perdido casi completamente. En la
espectacularización de todo, nadie sabe a dónde vamos ni quién nos
guía hacia un futuro que parece alejarse al mismo ritmo, o a una
velocidad superior, con la que nos ve venir para atraparlo. Pasado el
medio siglo, el último Heidegger no fue menos crítico con el
capitalismo moderno que Karl Marx en el siglo XIX: uno habló de
«entes»,
el otro de «mercancías».
Muchos filósofos siguen sin entender hoy al viejo profesor de
Friburgo cuando hablaba del «ser»
y su progresiva ocultación, su retirada de la escena pública. Si
estos filósofos y pensadores hubiesen leído a Hölderlin y a Rilke
con la intensidad y la pasión con que lo había hecho el fascista
Martin Heidegger, entenderían cuánto dependió su pensamiento de
estos poetas y de otros como Goethe. Ahora ya nadie parece preocupado
por el ser, por qué cosa sea el ser y dónde se encuentra. Con el
ser de Heidegger, y la lógica capitalista de las sociedades más
avanzadas, se ha marchado el futuro: nadie puede preocuparse a tan
largo plazo. Nos queda la incertidumbre y el pathos de una
indignación más desarmada e impotente que nunca. Nos quedan acres
de frustración y desencanto contra un enemigo cuanto más poderoso y
adaptable, menos visible. Guy Debord lo ha dicho mejor: «el
centro de control ahora se ha ocultado, y ya no lo ocupa ningún
líder conocido ni una ideología clara».
No hay comentarios:
Publicar un comentario