DESCRÉDITO
DE LA ETERNIDAD
Si
una gran mayoría de los políticos de hoy, por no decir que todos,
ha perdido la que solía ser su su principal baza, la credibilidad,
no es menos cierto que la gente de la calle ya no cree ni espera
acontecimientos o estados duraderos en su vida. La gente sabe que
vive «entre
dos paréntesis»,
en la inmediatez de una sociedad express donde todo es vertiginoso y
más frágil y fugaz que nunca. Tampoco los banqueros, las
celebridades, los millonarios confían en la duración o en la
perdurabilidad de nada: la eternidad ha caído en descrédito. “Nada
es para siempre”, decía una canción pop de hace unos años
adelantándose a su propio olvido, a su mismo proceso de
descomposición y pérdida, pues quizá quien escribió la letra
sabía que, de tener éxito, no duraría mucho.
Si la historia es un
caos sin leyes más parecido a la carrera enloquecida de una bestia
amenazada, o al principio de incertidumbre de la física teórica,
que a un proceso coherente, racional, de progreso y evolución
humanos, las revoluciones industriales, la aceleración de los medios
de producción, el ocio, el aumento sustancial del consumo y de la
población, el crecimiento de las ciudades, la ausencia de una
regulación en cuanto a las acciones de bancos y empresas a nivel
mundial, la llamada globalización… aceleraron hasta límites
insospechados su tiempo, el tiempo de todos, hasta que los
acontecimientos y los hechos que la componen se hicieron infinitos, y
fueron constantemente sustituidos unos por otros hasta soslayarse y
contradecirse: apenas leemos y discutimos una noticia, cuando ésta
ya ha quedado caduca, desfasada, e incluso falseada por otra que la
corrige hasta deformarla. ¿Dónde está la verdad, cuáles son los
hechos, qué versión es la buena?
La experiencia de
cualquiera suele ser un engranaje falible e irregular de aprendizajes
y olvido, y la experiencia de cada ser humano en las sociedades de
hoy se desarrolla acuciada por la impaciencia y el egoísmo del que
está solo y ha olvidado qué significa la solidaridad o la
responsabilidad con el otro. Nadie espera con nosotros demasiado
tiempo para conseguir, aprender o entender algo. No le concedemos
paciencia alguna a nuestros instantes y todos huyen, volátiles y
juntos, hacia la desaparición, lo mismo que nosotros corremos hacia
ninguna parte en aviones o autopistas cuyos destinos se han despojado
de casi todo: sobre todo de memoria y de futuro. ¿Quién podrá o
querrá responsabilizarse hoy del resultado de sus demoras, de sus
atrasos? Cualquier cosa despaciosa, duradera, lenta, parece
defectuosa, y ya no es agradable ser fiel al silencio o la soledad
propios, a esa intimidad en la que escribo estas líneas que ya han
comenzado a amarillear y a borrarse.
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