miércoles, 13 de mayo de 2015

DOMINGO, 22 DE AGOSTO DE 2004. —Me imagino que en el corazón sangrante de las iglesias cristianas, o de las pagodas, debiera haber un altar para el árbol que correspondiera a esos templos; un árbol para dar naturalidad a la fe que agrieta muy pronto los labios con una cadencia y un bisbiseo inútiles. Imagino que así también la araña teje su galaxia vulnerable en el interior de esos comedores farragosos de las casas abandonadas. ¿Y por qué no un Judas, por qué no la soga y aquel árbol del que se colgó y que jamás se ha adorado en su justa medida?



MARTES, 24 DE AGOSTO DE 2004. —La coloratura caliente de esta luz, humeante como un café uruguayo bebido a sorbos ansiosos en Manila. Arracimado fuego de sargazos celestes donde se enreda el afán chismoso de los pájaros, pájaros judíos, adoctrinadores en el arte del exilio, procuradores de sus cuidados. ¿Quién empolla el huevo de este día? Efervescentes brochazos de viento bajo un cielo arenoso, dispuesto a ser marcado por el sello flotante de la luna.

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