lunes, 23 de febrero de 2015

UNA MODESTA COMPAÑÍA

Era fin de semana y podía darme el lujo de levantarme mucho más tarde de lo habitual, y dormir cuantas horas me diera la gana; pero, como si de un mal presagio se tratara, no tenía sueño y sí constantes pesadillas que no me dejaban descansar, a las que podríamos sumar unas incómodas agujetas debidas al ejercicio que estaba practicando últimamente con la intención de bajar de peso. Cuando desperté, apenas eran las seis de la mañana y aún no había amanecido. Después de bostezar y estirarme lo suficiente, vi que la noche todavía duraba fuera y un aire leve sacudía las ramas de los flamboyanes. Ni un ruido, no se veía un alma.
Después de ir al baño, me asomé de nuevo a la ventana y debí tardar porque ya apuntaba el sol en los jardines de la urbanización. En este sur turístico, después del boom de la construcción en décadas pasadas, todo tarda un poco más, como si un nuevo día no tuviera demasiada importancia. El supermercado aún no había abierto. Decidí vestirme de una vez y bajar al bar La Terraza a tomar un café, y ver a los pacientes franceses bebiendo sus primeras cervezas del día, con toda esa calma que el resto del mundo ha perdido.
El bar estaba cerrado y me pareció extraño porque no era el día de descanso del personal. Miré a mi alrededor esperando ver pasar a alguien, pero no lo conseguí. Ansioso o angustiado, decidí sentarme en un banco frente a las tiendas y bares de la zona, con la esperanza de un atisbo de vida. Pasé ese primer día solo, y no me lamentaría si no fuera porque el sol era lo único que parecía moverse a mi alrededor. Siguió atardeciendo y amaneciendo como siempre. Supongo que eso también era una modesta compañía.



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