viernes, 6 de febrero de 2015

CARRETERA EXTRAÑA

Miró de nuevo el camino que se abría a su paso: una serpiente negra que culebreaba pronto, y fingía hundirse en el horizonte como los barcos medievales que caían al abismo cuando se acababa la Tierra. Después de un crepúsculo morado como un golpe en la espinilla, la noche fue abierta por el cuchillo oxidado de alguien, como una naranja jugosa y negra. Todo parecía arrastrar su destino bajo estrellas que han comenzado a aflorar sobre su cabeza, como chispas de una fragua imposible. Se ha concentrado en ese camino que tiene ante sí: no le importa nada más. Conduce con dejadez y hastío un coche viejo y prestado que no vale nada, y que ha decidido abandonar en cualquier sitio cuando no dé más de sí.
En su vida hace mucho que se han separado los placeres y los días, y ya no se pregunta a dónde van las cosas que ama y se le escapan continuamente de las manos. La existencia se ha vuelto demasiado lenta y pesada, y lo único que se le ha ocurrido es soltar lastre, aligerarse: olvidar objetos o dejarlos atrás, buscar una epifanía o una redención, no está seguro. El viejo Volskwagen Golf azul marino se desliza moroso sobre la carretera sin señales. Su sangre va llenándose de anhelos e inquietudes. Ha decidido una última cosa antes de huir: olvidar la palabra «regreso». ¿Qué importancia podría tener ahora?
Se ha cansado de los destinos fáciles y va en busca de una desorientación absoluta, de ese desarreglo. Piensa que la vida sólo alcanza cierto voltaje cuando se la puede confundir con una gruesa raya de coca. Se siente The driver y la perenne oscuridad es su territorio, la comarca donde todo será deseo y satisfacción o no será. Las flechas de la carretera, las flechas del cuentakilómetros: un arco llamado insatisfacción, aburrimiento, cansancio... lo ha disparado, con ansia devoradora, hacia un indefinible final de ruta. Perderse sería el mejor término para su viaje.
Como pompas de jabón sopladas por un niño gigantesco y remoto, van pasando las nubes a través de las ventanillas del coche. Nada es estable ni duradero: sólo imágenes fugaces prematuramente envejecidas. Nadie había previsto que fuera a irse, pero tampoco habrá quien lo eche de menos. ¿Qué más da? Somos los que no permanecen. Nadie es imprescindible.
Ya es de madrugada y, mientras fuma un cigarrillo y escucha una canción de su adolescencia, le ha parecido oler el mar. Sonríe, cruza por un paisaje desierto (antes cruzó un espeso bosque). Siempre le ha gustado ir de frente, así que desecha coger la última curva. Después de que el coche cayera por el desfiladero y se incendiara, sólo quedó de él un puñado de polvo grisáceo: algo insignificante e imposible de juntar que nadie guardará en ninguna urna sobre una estúpida vitrina con figuritas cursis de porcelana.


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