domingo, 15 de febrero de 2015

PEQUEÑOS INCONVENIENTES NOCTURNOS

Ayer, de madrugada, salió como siempre del trabajo, quizá sólo un poco más cansado y más viejo de lo que era habitual. Tras despedirse de sus compañeros en el aparcamiento de la nave industrial, se subió a su viejo y pequeño coche, puso una música muy lenta, y condujo indiferente y aliviado en dirección a casa, imaginando la frescura proustiana de la almohada y la ternura de su nuevo colchón. En la radio, inesperados, sonaron los primeros acordes de una canción casi completamente olvidada de su adolescencia, y le pareció respirar de nuevo el jazmín real que florecía sobre aquel muro, a la vez que la boca probó otra vez la calidez antigua de la única mujer que amó y perdió para siempre.
No quedaba mucho para llegar cuando se cruzó con un coche sin luces, que iba muy rápido en dirección opuesta al suyo. Los ocupantes berreaban y llevaban la música muy alta. Le gritaron algo por la ventanilla cuando pasó junto a ellos, y él les respondió con un mal gesto. El otro coche giró bruscamente unos segundos después y se le puso detrás. El conductor le tocaba la pita y picaba las luces. Él no quiso hacer caso hasta que recibió el primer golpe, así una y otra vez. Aceleró, quería huir, y supuso que, si paraba y se les enfrentaba, el grupo lo mataría. Unas obras mal señalizadas en la carretera de la playa fueron suficientes.
Sudoroso y con la respiración agitada, dio un pequeño grito al despertar,. Por una vez valió la pena vivir tan cerca de la empresa: bastaba con cruzar la calle.







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