NO
TODAS LAS BUENAS CHICAS SE GANAN EL CIELO
Como
creo que el autor no es aún lo bastante conocido en nuestro contexto
literario, más o menos difuso o nítido, me gustaría ofrecer unos
datos biográficos mínimos. Néstor Belda (Argentina, 1962) fue en
sus comienzos literarios alumno de narrativa de Américo Calí
(1910-1982), y coordinador del foro de debates literarios y
filosóficos «Gargantúa». Ha dirigido también el grupo de
orientación narrativa «Cuéntame una historia», y actualmente es
profesor de Técnicas Narrativas del Centro de Estudios Literarios
«Palabra sobre palabra». Además, desarrolla diversas actividades
en el ámbito de la Filosofía para Niños: imparte cursos de
escritura y técnicas narrativas para profesionales de la educación
en la Asociación de los Centros de la Comunidad Valenciana, es
coordinador de la Revista Internacional de los Centros
Iberoamericanos, y fue codirector del taller «Fantástica de
creación literaria» del XXV Encuentro Internacional celebrado en
abril de 2014. También es miembro del equipo de investigación-acción
docente y de creación narrativa «Mi balza roja». Aunque escribió
su primer relato con sólo catorce años, no es hasta hace cinco que
Belda publica algunos de ellos en la revista Los sábados,
las prostitutas madrugan mucho para estar dispuestas y
en la Revista Internacional de los Centros Iberoamericanos de
Filosofía para niños. Es autor de numerosos
artículos sobre escritura literaria y técnicas y recursos
narrativos, publicados en diversos medios.
Todas
son buenas chicas (2014), su primera colección de relatos,
es un conjunto de diez narraciones breves con un tono sostenido, sin
estridencias estilísticas, que, mediante una cotidianidad y un
realismo a veces desgarrador y otras paradójico, nos sumerge de
lleno en la encrucijada vital donde se sitúan unos personajes
atrapados por las consecuencias impredecibles de sus inclinaciones,
tentaciones o luchas. Como nos dice el texto de la contraportada del
libro, en todos los cuentos hay una mujer, o varias, que
lleva la carga dramática de la historia como un nudo gordiano de
aparente o imposible salida. El autor sabe muy bien que la única
materia para su trabajo son las palabras, a veces fugaces y ambiguas,
y en otras ocasiones hirientes en su rotundidad. Con ellas construye
la atmósfera rápida, podríamos llamarla así, que el texto debe
ofrecer al lector para que éste la comparta con los personajes
puestos en escena.
El
escritor argentino no necesita muchos párrafos para conmocionarnos y
revolver nuestro interior en estas pequeñas historias: posee un oído
finísimo para el diálogo y sobrada sensibilidad para escuchar y
ponerse en la piel del otro. Por eso comprende, como en el caso de Sonia, la joven protagonista de «Una buena chica» (relato
que abre el libro), que hay una parte aún intacta, todavía
inviolable en el ser humano, por muy adversas que sean las
circunstancias en que la sociedad y las miserias de los otros nos
coloquen. En efecto, Sonia es una buena chica, ejemplar diría yo,
tanto que a veces, si somos un poco escépticos o mezquinos, nos
parecería imposible; pero Sonia, mediante la destreza narrativa y
verbal de Belda, se nos presenta como alguien latente, real, una
mujer hermosa de carne y hueso que trabaja duro, que pasa hambre, y
está dispuesta a hacer lo que sea para seguir adelante junto
al Erre (Ramón Recabarren, apellido que no puede
dejar de traer a la memoria al personaje de «El fin», de
Borges); lo que sea, sí, menos vender el alma, perder la dignidad.
Es admirable la construcción del personaje en este primer cuento,
como lo es el cambio de voz narrativa hacia el final. Todo en el
relato está ajustado y encaminado a un desenlace tan inesperado como
posible, tan coherente como dramático.
Un
escritor siempre es mucha gente o procura serlo para lograr la paz de
convertirse en nadie. Una suerte de continuidad natural enlaza estas
historias, el análisis sociosentimental de una pequeña
confederación de almas moviéndose y chocando en su estrecho
círculo. Todas, como cualquiera, quieren ser felices pese a que
tengan que violar códigos y costumbres morales para conseguirlo.
Cambian los oficios, los nombres, las clases sociales, los problemas;
pero el autor siempre nos muestra cómo somos cada uno de nosotros,
cómo sólo con buenos sentimientos no basta para ser feliz o recibir
de los demás la confianza entregada. Los personajes de algunas de
estas narraciones a veces se reúnen para conspirar en secreto, para
engañar a un ausente al que no se le quiere dañar; pero al que es
imposible no ocultar la verdad, un fragmento de su vida, para que
otras sigan como hasta ahora. Así lo adivinamos en la conversación
que mantienen Claudia y Julia en el cuento «Estaríamos mejor».
Carlos es un buen tipo, pero no es posible contarle lo que saben sin
destruirlo. Nees Belda lo insinúa perfectamente todo
sin reventar nada, sin que ningún elemento del texto haga obvio
su leit motiv.
De
este libro confieso mi preferencia por aquellos relatos que muestran
un contexto plenamente definido, un desarrollo claro y una resolución
brillante: es lo que encuentro en «Una buena chica», «Estaríamos
mejor», «La noche del pollo frito», «Que no, papá», «¿Y usted
le cree al Cacas?» o «¿Por qué ha dicho eso?» Además de los
dos primeros, ya brevemente comentados, en «La noche del pollo
frito» tenemos, en mi opinión, uno de los relatos más logrados y a uno de los personajes más atractivos y misteriosos: July,
la joven y menuda escritora ausente de la que hablan su pareja, Isaac; e Ivana, su mejor amiga. La extraña
desaparición de July provoca la visita de Ivana a Isaac y el diálogo
posterior. Una primera descripción de los objetos personales de July
vistos por Ivana, le sirven al narrador para definir los gustos de la
joven in absentia y aumentar el interés del lector por ella: un lápiz de labios, una copa de vino y una caja de preservativos son
suficientes para advertir al lector sobre lo que vendrá después.
Ivana
se presenta en plena tormenta, con el pelo y la ropa mojados, e Isaac
la invita a entrar, a secarse y a cenar con él. La preparación de
la comida, pollo frito, se convierte en una metáfora idónea de lo
que sucederá luego. Hasta ese momento, el diálogo y la descripción
de la casa de July e Isaac se convierten en el tanteo medido de un
clímax que no hará más que ir en aumento. Si los primeros
intercambios de palabras y preguntas no son más que corteses y
aproximativos, los personajes pronto llegarán a asuntos más
íntimos, a cosas cardinales, hasta contarse aquello que no sabían y
ni siquiera sospechaban, incluso aquello que no querrían escuchar.
July ya no está, pero su carisma y su fuerza son tan intensos que tanto Isaac como Ivana aún se encuentran bajo su atracción y su
poder. Los comensales tienen cosas tan sustanciales que decirse que
no saben cómo hacerlo, cómo ir al grano. Dan vueltas y vueltas
alrededor de las confesiones más incómodas, hasta que es imposible
seguir demorando la verdad oculta o conocida sólo a medias.
Precisamente
la incomodidad en que el autor sitúa a sus personajes es uno de los
resortes que Belda utiliza para poner en marcha los diálogos y
acciones, y hacer eficaz cada uno de los textos. Otro de esos
resortes, me parece, es la necesidad que tienen de comunicarse, de
confesar algo que los tortura. Nadie vive para sí solamente y el
autor nos enseña que necesitamos al otro: buscarlo, conocerlo,
comprenderlo. Uno no puede resistir la tentación de recordar
aquellos versos de Octavio Paz en su poema «Salir de mí»: «...para
que pueda ser he de ser otro, / salir de mí, buscarme entre los
otros, / los otros que no son si yo no existo, / los otros que me dan
plena existencia,...» Esta necesidad de comunicación, de
desahogo que tiene el ser humano con sus semejantes, llega a un
extremo en «Que no, papá», un pequeño y magistral ejercicio de
alocución en la que el hijo va al cementerio para hablarle a la
tumba de su padre a falta de un confesor mejor. De la boca de Mario,
el protagonista, sabemos que ya no ve a Laura, su pareja,
como antes y le ha sido infiel. Los remordimientos le pesan, y las
consecuencias de los hechos se le han ido de las manos sin que llegue
a saberlo cuando ya es demasiado tarde.
Tan
importantes son en este libro los personajes que aparecen como los
que ya no están o quedan en la sombra. Igualmente, no es menos
decisivo lo que se calla o sólo queda sugerido que lo que se
manifiesta. Una frase de Joseph Conrad citada en «La noche del pollo
frito» lo expresa con exactitud: «El autor sólo escribe la mitad
del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector». Palabras a las
que Néstor Belda ha hecho honor, y de las que nos ha ofrecido, sólo
por ahora, diez admirables ejemplos. Belda sabe cuándo tiene que
decir y cuándo callar para que nosotros acabemos la frase y entremos
en el juego. Por eso, en realidad Todas
son buenas chicas (2014)
no tiene ciento cinco páginas sino algunas más que no aparecen en
el índice y cada uno coloca a su gusto. En cualquier caso, como
lector agradecido, quiero felicitar a Belda por animarse al fin a
reunir este pequeño universo de tensiones y sutilezas de maestro.
Enhorabuena.
Mi enhorabuena a Ness por semejante reconocimiento, y me quito el sombrero ante tu análisis, Iván.
ResponderEliminarMuchas gracias, Luisma. Ness se ha hecho esperar, pero ha publicado un fantástico libro de relatos. Quiero más.
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