miércoles, 1 de julio de 2015

NO TODAS LAS BUENAS CHICAS SE GANAN EL CIELO


Como creo que el autor no es aún lo bastante conocido en nuestro contexto literario, más o menos difuso o nítido, me gustaría ofrecer unos datos biográficos mínimos. Néstor Belda (Argentina, 1962) fue en sus comienzos literarios alumno de narrativa de Américo Calí (1910-1982), y coordinador del foro de debates literarios y filosóficos «Gargantúa». Ha dirigido también el grupo de orientación narrativa «Cuéntame una historia», y actualmente es profesor de Técnicas Narrativas del Centro de Estudios Literarios «Palabra sobre palabra». Además, desarrolla diversas actividades en el ámbito de la Filosofía para Niños: imparte cursos de escritura y técnicas narrativas para profesionales de la educación en la Asociación de los Centros de la Comunidad Valenciana, es coordinador de la Revista Internacional de los Centros Iberoamericanos, y fue codirector del taller «Fantástica de creación literaria» del XXV Encuentro Internacional celebrado en abril de 2014. También es miembro del equipo de investigación-acción docente y de creación narrativa «Mi balza roja». Aunque escribió su primer relato con sólo catorce años, no es hasta hace cinco que Belda publica algunos de ellos en la revista Los sábados, las prostitutas madrugan mucho para estar dispuestas y en la Revista Internacional de los Centros Iberoamericanos de Filosofía para niños. Es autor de numerosos artículos sobre escritura literaria y técnicas y recursos narrativos, publicados en diversos medios.
Todas son buenas chicas (2014), su primera colección de relatos, es un conjunto de diez narraciones breves con un tono sostenido, sin estridencias estilísticas, que, mediante una cotidianidad y un realismo a veces desgarrador y otras paradójico, nos sumerge de lleno en la encrucijada vital donde se sitúan unos personajes atrapados por las consecuencias impredecibles de sus inclinaciones, tentaciones o luchas. Como nos dice el texto de la contraportada del libro, en todos los cuentos hay una mujer, o varias, que lleva la carga dramática de la historia como un nudo gordiano de aparente o imposible salida. El autor sabe muy bien que la única materia para su trabajo son las palabras, a veces fugaces y ambiguas, y en otras ocasiones hirientes en su rotundidad. Con ellas construye la atmósfera rápida, podríamos llamarla así, que el texto debe ofrecer al lector para que éste la comparta con los personajes puestos en escena.
El escritor argentino no necesita muchos párrafos para conmocionarnos y revolver nuestro interior en estas pequeñas historias: posee un oído finísimo para el diálogo y sobrada sensibilidad para escuchar y ponerse en la piel del otro. Por eso comprende, como en el caso de Sonia, la  joven protagonista de «Una buena chica» (relato que abre el libro), que hay una parte aún intacta, todavía inviolable en el ser humano, por muy adversas que sean las circunstancias en que la sociedad y las miserias de los otros nos coloquen. En efecto, Sonia es una buena chica, ejemplar diría yo, tanto que a veces, si somos un poco escépticos o mezquinos, nos parecería imposible; pero Sonia, mediante la destreza narrativa y verbal de Belda, se nos presenta como alguien latente, real, una mujer hermosa de carne y hueso que trabaja duro, que pasa hambre, y está dispuesta a hacer lo que sea para seguir adelante junto al Erre (Ramón Recabarren, apellido que no puede dejar de traer a la memoria al personaje de «El fin», de Borges); lo que sea, sí, menos vender el alma, perder la dignidad. Es admirable la construcción del personaje en este primer cuento, como lo es el cambio de voz narrativa hacia el final. Todo en el relato está ajustado y encaminado a un desenlace tan inesperado como posible, tan coherente como dramático.
Un escritor siempre es mucha gente o procura serlo para lograr la paz de convertirse en nadie. Una suerte de continuidad natural enlaza estas historias, el análisis sociosentimental de una pequeña confederación de almas moviéndose y chocando en su estrecho círculo. Todas, como cualquiera, quieren ser felices pese a que tengan que violar códigos y costumbres morales para conseguirlo. Cambian los oficios, los nombres, las clases sociales, los problemas; pero el autor siempre nos muestra cómo somos cada uno de nosotros, cómo sólo con buenos sentimientos no basta para ser feliz o recibir de los demás la confianza entregada. Los personajes de algunas de estas narraciones a veces se reúnen para conspirar en secreto, para engañar a un ausente al que no se le quiere dañar; pero al que es imposible no ocultar la verdad, un fragmento de su vida, para que otras sigan como hasta ahora. Así lo adivinamos en la conversación que mantienen Claudia y Julia en el cuento «Estaríamos mejor». Carlos es un buen tipo, pero no es posible contarle lo que saben sin destruirlo. Nees Belda lo insinúa perfectamente todo sin reventar nada, sin que ningún elemento del texto haga obvio su leit motiv.
De este libro confieso mi preferencia por aquellos relatos que muestran un contexto plenamente definido, un desarrollo claro y una resolución brillante: es lo que encuentro en «Una buena chica», «Estaríamos mejor», «La noche del pollo frito», «Que no, papá», «¿Y usted le cree al Cacas?» o «¿Por qué ha dicho eso?» Además de los dos primeros, ya brevemente comentados, en «La noche del pollo frito» tenemos, en mi opinión, uno de los relatos más logrados y a uno de los personajes más atractivos y misteriosos: July, la joven y menuda escritora ausente de la que hablan su pareja, Isaac; e Ivana, su mejor amiga. La extraña desaparición de July provoca la visita de Ivana a Isaac y el diálogo posterior. Una primera descripción de los objetos personales de July vistos por Ivana, le sirven al narrador para definir los gustos de la joven in absentia y aumentar el interés del lector por ella: un lápiz de labios, una copa de vino y una caja de preservativos son suficientes para advertir al lector sobre lo que vendrá después.
Ivana se presenta en plena tormenta, con el pelo y la ropa mojados, e Isaac la invita a entrar, a secarse y a cenar con él. La preparación de la comida, pollo frito, se convierte en una metáfora idónea de lo que sucederá luego. Hasta ese momento, el diálogo y la descripción de la casa de July e Isaac se convierten en el tanteo medido de un clímax que no hará más que ir en aumento. Si los primeros intercambios de palabras y preguntas no son más que corteses y aproximativos, los personajes pronto llegarán a asuntos más íntimos, a cosas cardinales, hasta contarse aquello que no sabían y ni siquiera sospechaban, incluso aquello que no querrían escuchar. July ya no está, pero su carisma y su fuerza son tan intensos que tanto Isaac como Ivana aún se encuentran bajo su atracción y su poder. Los comensales tienen cosas tan sustanciales que decirse que no saben cómo hacerlo, cómo ir al grano. Dan vueltas y vueltas alrededor de las confesiones más incómodas, hasta que es imposible seguir demorando la verdad oculta o conocida sólo a medias.
Precisamente la incomodidad en que el autor sitúa a sus personajes es uno de los resortes que Belda utiliza para poner en marcha los diálogos y acciones, y hacer eficaz cada uno de los textos. Otro de esos resortes, me parece, es la necesidad que tienen de comunicarse, de confesar algo que los tortura. Nadie vive para sí solamente y el autor nos enseña que necesitamos al otro: buscarlo, conocerlo, comprenderlo. Uno no puede resistir la tentación de recordar aquellos versos de Octavio Paz en su poema «Salir de mí»: «...para que pueda ser he de ser otro, / salir de mí, buscarme entre los otros, / los otros que no son si yo no existo, / los otros que me dan plena existencia,...» Esta necesidad de comunicación, de desahogo que tiene el ser humano con sus semejantes, llega a un extremo en «Que no, papá», un pequeño y magistral ejercicio de alocución en la que el hijo va al cementerio para hablarle a la tumba de su padre a falta de un confesor mejor. De la boca de Mario, el protagonista, sabemos que ya no ve a Laura, su pareja, como antes y le ha sido infiel. Los remordimientos le pesan, y las consecuencias de los hechos se le han ido de las manos sin que llegue a saberlo cuando ya es demasiado tarde.
Tan importantes son en este libro los personajes que aparecen como los que ya no están o quedan en la sombra. Igualmente, no es menos decisivo lo que se calla o sólo queda sugerido que lo que se manifiesta. Una frase de Joseph Conrad citada en «La noche del pollo frito» lo expresa con exactitud: «El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector». Palabras a las que Néstor Belda ha hecho honor, y de las que nos ha ofrecido, sólo por ahora, diez admirables ejemplos. Belda sabe cuándo tiene que decir y cuándo callar para que nosotros acabemos la frase y entremos en el juego. Por eso, en realidad Todas son buenas chicas (2014) no tiene ciento cinco páginas sino algunas más que no aparecen en el índice y cada uno coloca a su gusto. En cualquier caso, como lector agradecido, quiero felicitar a Belda por animarse al fin a reunir este pequeño universo de tensiones y sutilezas de maestro. Enhorabuena.





2 comentarios:

  1. Mi enhorabuena a Ness por semejante reconocimiento, y me quito el sombrero ante tu análisis, Iván.

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    1. Muchas gracias, Luisma. Ness se ha hecho esperar, pero ha publicado un fantástico libro de relatos. Quiero más.

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