EL DISCURSITO INFAME
DE WERT
La
ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2014 el pasado 23 de abril
en Alcalá de Henares a Juan Goytisolo fue mucho más que
interesante. Después del habitual pasillo peripatético por los
jardines del lugar, las palabras del gran escritor catalán fueron
lúcidas, contundentes, justas, y con la acidez necesaria en un
contexto enmohecido por el protocolo opaco, donde Goytisolo parecía
el pájaro exótico al que un cuco longevo y voraz había expulsado
del nido hace mucho y que ahora, al retornar a él, lo encontraba
lleno ―como
el autor de Makbara
dijo citando a García Márquez―
por "la exquisita mierda de la gloria". La intervención de
Goytisolo no tuvo la violencia de la entrada de Cristo en el Templo
de Jerusalén para expulsar a los mercaderes, ni pagará por ella el
peaje que pagó Zola por su filípica en el caso Dreyfus; pero
también sirvió para purificar un poco el aire, y acusó bien y
mirando a las caritas propicias.
Aparte de la
actitud desganada e indisimuladamente molesta del Presidente de la
Comunidad de Madrid, lo que me pareció bochornoso y asqueroso fue la
intervención del ministro de Cultura José Ignacio Wert, quien, tras
describir pormenorizadamente un recorrido inane y obvio por la
biobibliografía del premiado, y no contento con ello ni con las
mentiras dichas sobre Almería y su situación socioeconómica
actual, se atrevió a hablar por los muertos y decir cuáles serían
sus “tentaciones” y lo que escribirían hoy Jaime Gil de Biedma o
Ángel González de estar entre nosotros. Con su muy afectada
pronunciación de nombres y títulos en otros idiomas, Wert fue
inmoral, falaz e infame hasta decir basta. Lástima que nadie
interviniera entonces para cortarlo y preguntarle cómo sabe él,
cómo sabe nadie, lo que escribirían hoy, de estar vivos, Biedma o
González.
No hay cobardía
mayor que aquella que se ejerce hablando por los muertos, queriendo
adivinarlos y manejarlos en su ausencia, sin que puedan defenderse ni
rebatir lo que sobre ellos se asegura, y desde el más descarado
cinismo. Goytisolo, como poco, y no olvidando que se contradice
recibiéndolo ni su silencio sobre el Sáhara Occidental, fue
valiente y distinto, ajeno en lo posible a la élite política y
pútrida que bullía a su alrededor, y que no dejaba de mirarlo con
desconfianza, suficiencia y muy por encima del hombro. El discursito
de Wert, pronunciado sin ningún sonrojo, es el penúltimo alarde
vergonzante de otro acomodado y agradecido "vientre sentado"
(Cernuda dixit).
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