CARRETERA EXTRAÑA
Miró
de nuevo el camino que se abría a su paso: una serpiente negra que
culebreaba pronto, y fingía hundirse en el horizonte como los barcos
medievales que caían al abismo cuando se acababa la Tierra. Después
de un crepúsculo morado como un golpe en la espinilla, la noche fue
abierta por el cuchillo oxidado de alguien, como una naranja jugosa y
negra. Todo parecía arrastrar su destino bajo estrellas que han
comenzado a aflorar sobre su cabeza, como chispas de una fragua
imposible. Se ha concentrado en ese camino que tiene ante sí: no le
importa nada más. Conduce con dejadez y hastío un coche viejo y
prestado que no vale nada, y que ha decidido abandonar en cualquier
sitio cuando no dé más de sí.
En
su vida hace mucho que se han separado los placeres y los días, y ya
no se pregunta a dónde van las cosas que ama y se le escapan
continuamente de las manos. La existencia se ha vuelto demasiado
lenta y pesada, y lo único que se le ha ocurrido es soltar lastre,
aligerarse: olvidar objetos o dejarlos atrás, buscar una epifanía o
una redención, no está seguro. El viejo Volskwagen Golf azul marino
se desliza moroso sobre la carretera sin señales. Su sangre va
llenándose de anhelos e inquietudes. Ha decidido una última cosa
antes de huir: olvidar la palabra «regreso».
¿Qué importancia podría tener ahora?
Se
ha cansado de los destinos fáciles y va en busca de una
desorientación absoluta, de ese desarreglo. Piensa que la vida sólo
alcanza cierto voltaje cuando se la puede confundir con una gruesa
raya de coca. Se siente The
driver y
la perenne oscuridad es su territorio, la comarca donde todo será
deseo y satisfacción o no será. Las flechas de la carretera, las
flechas del cuentakilómetros: un arco llamado insatisfacción,
aburrimiento, cansancio... lo ha disparado, con ansia devoradora,
hacia un indefinible final de ruta. Perderse sería el mejor término
para su viaje.
Como pompas de
jabón sopladas por un niño gigantesco y remoto, van pasando las
nubes a través de las ventanillas del coche. Nada es estable ni
duradero: sólo imágenes fugaces prematuramente envejecidas. Nadie
había previsto que fuera a irse, pero tampoco habrá quien lo eche
de menos. ¿Qué más da? Somos los que no permanecen. Nadie es
imprescindible.
Ya es de madrugada
y, mientras fuma un cigarrillo y escucha una canción de su
adolescencia, le ha parecido oler el mar. Sonríe, cruza por un
paisaje desierto (antes cruzó un espeso bosque). Siempre le ha
gustado ir de frente, así que desecha coger la última curva.
Después de que el coche cayera por el desfiladero y se incendiara,
sólo quedó de él un puñado de polvo grisáceo: algo
insignificante e imposible de juntar que nadie guardará en ninguna
urna sobre una estúpida vitrina con figuritas cursis de porcelana.
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