PEQUEÑOS
INCONVENIENTES NOCTURNOS
Ayer, de madrugada,
salió como siempre del trabajo, quizá sólo un poco más cansado y
más viejo de lo que era habitual. Tras despedirse de sus compañeros
en el aparcamiento de la nave industrial, se subió a su viejo y
pequeño coche, puso una música muy lenta, y condujo indiferente y
aliviado en dirección a casa, imaginando la frescura proustiana de
la almohada y la ternura de su nuevo colchón. En la radio,
inesperados, sonaron los primeros acordes de una canción casi
completamente olvidada de su adolescencia, y le pareció respirar de
nuevo el jazmín real que florecía sobre aquel muro, a la vez que la
boca probó otra vez la calidez antigua de la única mujer que amó y
perdió para siempre.
No quedaba mucho
para llegar cuando se cruzó con un coche sin luces, que iba muy
rápido en dirección opuesta al suyo. Los ocupantes berreaban y
llevaban la música muy alta. Le gritaron algo por la ventanilla
cuando pasó junto a ellos, y él les respondió con un mal gesto. El
otro coche giró bruscamente unos segundos después y se le puso
detrás. El conductor le tocaba la pita y picaba las luces. Él no
quiso hacer caso hasta que recibió el primer golpe, así una y otra
vez. Aceleró, quería huir, y supuso que, si paraba y se les
enfrentaba, el grupo lo mataría. Unas obras mal señalizadas en la
carretera de la playa fueron suficientes.
Sudoroso y con la
respiración agitada, dio un pequeño grito al despertar,. Por una
vez valió la pena vivir tan cerca de la empresa: bastaba con cruzar
la calle.
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