JUEVES,
14 DE MAYO DE 2015.
—(Costa del Silencio) Te vas haciendo de menos, tirado en
habitaciones a las que llega el enfurecido y vívido rumor de la
calle: la agresiva discusión en francés jergal de una pareja que
amenaza con agredirse en cualquier momento. Siempre hay una respuesta
que cada uno inventa para hacerle todo el daño posible al otro.
También alcanzo a escuchar, casi a diario, el gracioso sermón de
una niña de unos nueve o diez años, Victoria, que vive frente al
apartamento y estudia por la tarde y en voz alta una ristra de
idioteces sobre gobiernos, países, parlamentos, comunidades
autónomas, alcaldías y municipalidades, ¡hasta barrios!, que por
suerte yo olvidé hace mucho.
Sólo
me concentro en sostener y estrechar las circunvoluciones de mi
lenguaje con fragilísimos hilos de saliva y sosiego, cierta soledad.
Abajo, entre los divididos jardines, las losas color barro y las
escaleras que conducen hasta los apartamentos, los gatos de la
urbanización juegan o sestean, condenados a su ardiente terraza de
una pereza incluso obscena. No hay nada, quizá, menos ampuloso y
pomposo, menos grandilocuente que el placer puramente físico o las
modestas satisfacciones de los gatos. No corren nunca y apenas sí
andan con su majestuosidad racial bajo el grito enajenado de las
andoriñas, entre el aire caliente.
En
ocasiones parece que los gatos se citaran con las flores de los
jardines, los geranios rosados y las grandes matas de adelfa del
mismo color. Lejos de cualquier tumulto, parecen recuperar aquí su
antiguo y alto lugar, su elevado sitio como deidades de una vieja
religión. Escasa la humedad hoy, el aire acierta a rondar las vagas
apetencias de todos. El sol va abriendo a empellones cada puerta: nada puede resistirlo. Una música llega ahora desde algún
sitio y va como colmando de extraños rostros los espejos. Afuera
siguen chillando las andoriñas, los franceses, a veces también las pardelas que
antes sólo escuchaba de noche en los acantilados del Palm-Mar.
Difusa
por la calima que se dilata desde hace días, y coronando la escena, la
Montaña de Guaza.
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