DOMINGO,
22 DE AGOSTO DE 2004.
—Me imagino que en el corazón sangrante de las iglesias cristianas, o de las pagodas, debiera haber un altar para el árbol que
correspondiera a esos templos; un árbol para dar naturalidad a la fe que agrieta muy pronto los labios con una cadencia y un bisbiseo inútiles. Imagino que así también la araña teje su galaxia vulnerable en el
interior de esos comedores farragosos de las casas abandonadas. ¿Y
por qué no un Judas, por qué no la soga y aquel árbol del que se
colgó y que jamás se ha adorado en su justa medida?
MARTES,
24 DE AGOSTO DE 2004.
—La
coloratura caliente de esta luz, humeante como un café uruguayo
bebido a sorbos ansiosos en Manila. Arracimado fuego de sargazos
celestes donde se enreda el afán chismoso de los pájaros, pájaros
judíos, adoctrinadores en el arte del exilio, procuradores de sus
cuidados. ¿Quién empolla el huevo de este día? Efervescentes
brochazos de viento bajo un cielo arenoso, dispuesto a ser marcado
por el sello flotante de la luna.
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