A LA
SOMBRA DE UN ÁRBOL EN RODMELL
Después
de al menos tres lustros sin hacerlo, el Premio de Poesía Pedro
García Cabrera que convoca desde 1981 Caja Canarias recayó en 2014
en una mujer: Raquel Martín Caraballo. Se había convertido en
tediosa tradición que, cada año, el certamen lo ganase un hombre
hasta la aparición de Raquel con un libro, Un
árbol en Rodmell
(2015), tan singular en la colección editada gracias al premio, como
necesario en la poesía canaria actual. Confieso que hasta este
libro, nada sabía ni había leído de la autora. ¿Qué es Un
árbol en Rodmell?
Como ha contado la poeta, el proyecto surgió de un sueño en el que
se veía a sí misma caminando por una playa; pero una playa sin mar
en la que había un árbol. Además de ella, sólo cruzaban esa
visión tres mujeres. No pudo identificarlas entonces, pero ellas
fueron presentándose, regresando poco a poco mediante la escritura.
Los libros de las tres se fueron cruzando en el camino de Raquel
hasta que pudo saber que eran Virginia Woolf, Sylvia Plath y
Alejandra Pizarnik las soñadas. Algo cambió y se activó entonces
en su sensibilidad.
Virginia,
Sylvia y Alejandra le estaban pidiendo a nuestra autora que volviera
a ellas, que las escuchara y estableciese un diálogo con sus obras.
Entendido como un tríptico cuyas partes se corresponden con los
nombres de las tres, Raquel canta y cuenta, reflexiona, trata de
prestar voz y comprender las circunstancias que rodearon a estas
creadoras geniales, tan distintas como atormentadas, y cuya visión
heteróclita de la realidad no les supuso más que la ofensa, el
rechazo, la incomprensión o el aislamiento. Así, en estos versos,
no pueden más que pesarnos las piedras en los bolsillos de Virginia
mientras el río la lleva a un silencio definitivo. Justamente, la
parte llamada «Virginia»
es la que abre el libro con este extraordinario poema breve:
Todos
esos moradores que están en el agua
y
en los relojes,
todos
esos que habitan en el interior
de
tus aposentos,
todos
los que te susurran que no existes
porque
también ellos son mentira.
Esos
seres-voces, como ángeles,
celebran
las conjuras,
la
energía subterránea de lo que emerge
para
caer,
lo
que mil veces ha sido contemplado
por
primera vez.
El
agua, el reloj. En efecto, como escribía Gaston Bachelard en su
L'Eau
et les rêves: essai
sur
l'imagination de la matière (1942),
no
hay elemento más próximo a la idea, al sentimiento del tiempo, que
el agua, y es justamente en el agua donde muere Woolf. El poema alude
con claridad a este hecho. Pocas mujeres se habrán reivindicado
tanto como independientes y escritoras como Virginia Woolf a
comienzos del siglo pasado, mientras oía todas esas voces de
esquizofrenia o locura que son nombradas en el texto. Los poemas que
Raquel dedica a la autora de Orlando
(1928) remiten constantemente a los símbolos que rodearon su vida:
el agua, las campanas, las olas, además de ese río inevitable y
mortal, irrepetible, donde la llama de la novelista inglesa se apagó
para siempre sin poder nadar sobre él:
(Siempre
viviendo en el río):
el
de las cosas que fueron y no fueron,
el
mismo en el que naciste,
el
que te arrastra,
el
que te espera para morir.
El
frío íntimo que Raquel ha confesado sentir leyendo los poemas de El
coloso
(1960) y Ariel
(1965),
de Sylvia Plath, nos toca con la fuerte interpelación que nos
dirigen estas páginas, empujándonos también a buscar el calor del
mundo, la calidez de un clima emocional habitable. Sylvia Plath fue
una niña hermosa y de precocidad genial nacida en Boston. Con sólo
ocho años ya había publicado su primer poema en un periódico de la
ciudad. Otto, su padre, profesor universitario de entomología, murió
cuando ella sólo tenía diez años. Pronto se presenta la muerte en
la vida de Plath. Esta muerte se insinúa como un acto infantil, un
parricidio en el primer poema de la serie que le dedica Raquel y que
abre la segunda parte del libro:
Había que matar al padre
porque el padre te enseñaba
voluntad,
y la voluntad para nada sirve
más que para lo inútilmente
oscuro.
Estos
versos de Raquel no dejan de recordarnos unos muy conocidos de Plath
en su poema «Daddy»
(en Ariel)
traducidos por Cecilia Bustamante:
«Papacito
he tenido que liquidarte. / Estabas muerto antes de que hubieses
tenido tiempo / pesado como mármol, talega llena de Dios, / estatua
lúgubre, una sola pezuña parda / grande como un sello de San
Francisco».
Como mujer, Sylvia fue muchas Sylvias; como toda gran poeta, fue
mucha gente quizá para alcanzar la paz de convertirse en nadie:
todas mueren con ella pues todas habían nacido alrededor de ella,
acosándola y poseyéndola hasta el exterminio. Así escribe Raquel:
…
La protectora. La huidiza. La abandonada. La perseguida.
Todas las mujeres que te
habitaron
se congregaron a un tiempo
bajo el poema del gas.
Escoltada
y versionada por doce poemas como doce apóstoles silábicos, aparece
para cerrar y completar el libro la tercera persona de esta trinidad
poética que Raquel nos ofrece en Un
árbol en
Rodmell:
Alejandra Pizarnik. La atormentada y compleja, tan muerta y tan viva
en este mundo que habitó levemente al margen de sí misma, de sus
circunstancias, incluso de su propio nombre, el primero, Flora, que
dejó de lado, que tachó mostrando desde el principio su conflicto
con el lenguaje y sus catacumbas y escondites. Flora no, Alejandra,
sólo Alejandra le dice a sus padres, y así nace dos veces: no me
han creado ustedes, lo hago yo solita. El segundo nombre, tras el que
—como
nos sugiere el primer poema— también desapareció, buscó vivir la
extrañeza, se fugó como el pájaro de cada jaula encontrada que
otra poeta genial, Wislawa Szymborska, se preocupaba siempre de
mantener vacía. A ella, a Alejandra, le cabía el pequeño júbilo
que cantaba Pedro Salinas: habitar los pronombres, Las
personas del verbo
de Jaime Gil de Biedma, si bien con un conflicto y un dramatismo
mayor que en los dos poetas españoles. Así, leemos en el primer
texto de esta tercera parte:
Alejandra,
Alejandra...
Escúchate
bajo el ala de ese nombre herido que te dibujaste.
De
todas las voces que te hablan al mismo tiempo
separa
la tuya del ramaje del bosque
donde
sigues morando...
…............................................................................
(Alejandra,
Alejandra...)
Y
no supiste qué más hacer con el miedo.
En
definitiva, Un
árbol en Rodmell
(2015) es el libro de una poeta entera y verdadera para «esta
noche demasiado blanca».